Page 97 - El retrato de Dorian Gray (Edición sin censura)
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el  espíritu  del  mundo  alguna  vez;  amando  por  su  propia  artificialidad  esas

               renuncias que los hombres estúpidamente han llamado virtudes tanto como
               esas  rebeliones  naturales  que  los  hombres  sabios  han  llamado  pecado.  La
               forma en que estaba escrita era la de ese curioso estilo adornado, vívido y
               oscuro a un tiempo, plagado de argots y arcaísmos, de expresiones técnicas y

               paráfrasis  elaboradas,  que  caracteriza  la  obra  de  algunos  de  los  mejores
               artistas de la escuela francesa de los Décadents. Había en ella metáforas tan
               monstruosas como orquídeas de color no menos maligno que el suyo. La vida
               sensual era descrita en términos de filosofía mística. Apenas se sabía, a veces,

               si se estaban leyendo los éxtasis espirituales de algún santo medieval o las
               mórbidas  confesiones  de  un  pecador  moderno.  Era  un  libro  venenoso.  El
               pesado  aroma  del  incienso  parecía  aferrarse  a  sus  páginas  y  perturbar  la
               mente. La mera cadencia de las frases, la sutil monotonía de su música, tan

               llena  de  complejas  letanías  y  movimientos  elaboradamente  repetidos,
               producía  en  la  mente  del  muchacho,  capítulo  a  capítulo,  una  especie  de
               ensoñación,  un  ensueño  febril  que  lo  hacía  ajeno  al  ocaso  del  día  y  al
               deslizarse de las sombras.

                    Despejado y horadado por una estrella solitaria, un cielo de cobre verde
               resplandecía tras las ventanas. Siguió leyendo bajo su lánguida luz hasta que
               ya no pudo leer más. Entonces, después de que su ayuda de cámara le hubiera
               recordado varias veces lo avanzado de la hora, se levantó, y yendo hasta la

               habitación  contigua,  dejó  el  libro  sobre  la  mesa  florentina  que  siempre
               permanecía junto a su cama, y comenzó a vestirse para la cena. Eran casi las
               nueve  cuando  llegó  al  club,  donde  halló  a  lord  Henry  sentado  solo,  en  la
               habitación de las mañanas, con aspecto de estar muy aburrido.

                                                                ⁠
                    —Cuánto lo siento, Harry —exclamó—, pero tú tienes toda la culpa. Ese
               libro que me enviaste me ha fascinado tanto que olvidé la hora que era.
                    —Pensé que te gustaría —respondió su anfitrión levantándose de la silla.
                    —No he dicho que me gustara, Harry. He dicho que me ha fascinado. Hay

               una gran diferencia.
                    —Ah,  si  hubieras  descubierto  eso,  ya  habrías  descubierto  mucho
                                                                      ⁠
                  ⁠
               —murmuró lord Henry con su curiosa sonrisa—. Vamos. Entremos a cenar.
               Es  espantosamente  tarde  y  temo  que  el  champagne  se  haya  enfriado
               demasiado.













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