Page 99 - El retrato de Dorian Gray (Edición sin censura)
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URANTE AÑOS, Dorian Gray no pudo liberarse del
recuerdo de aquel libro. O tal vez sería más acertado
decir que nunca intentó liberarse de él. Consiguió de
París no menos de cinco ejemplares en folio de la
primera edición, y los mandó encuadernar en distintos
colores para adecuarse a sus distintos estados de
ánimo y a los cambiantes caprichos de una naturaleza
sobre la que le parecía, a veces, haber perdido casi
por completo el control. Raoul, el maravilloso joven parisino en el que tan
extrañamente se mezclaban el temperamento romántico y el temperamento
científico, se convirtió para él en una especie de modelo en el que se veía él
mismo prefigurado. Y, ciertamente, todo el libro le parecía contener la
historia de su propia vida, escrita antes de que él la hubiera vivido.
En un aspecto, era más afortunado que el fantástico héroe de Catulle
Sarrazin. Él nunca conoció (nunca, ciertamente, tuvo razones para conocer)
aquél más bien grotesco terror a los espejos, a las superficies metálicas
pulidas, a las aguas quietas, que se apoderó de Raoul tan tempranamente en su
vida y estuvo ocasionado por la repentina decadencia de una belleza que una
vez, al parecer, había sido notable. Casi con cruel alegría (y tal vez en casi
toda alegría, como sin duda ocurre en todo placer, la crueldad tenga sitio)
solía leer la última parte del libro, con su en verdad trágica, si bien algo más
enfatizada de lo necesario, crónica del dolor y la desesperación de alguien que
ha perdido lo que más aprecia en otros y en el mundo.
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