Page 91 - El retrato de Dorian Gray (Edición sin censura)
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Él rió.
—Puedes llamarme siempre señorito Dorian, Leaf. Me enfadaré mucho
contigo si no lo haces. Y te aseguro que sigo teniendo la misma afición por la
mermelada. Sólo que cuando me invitan a tomar el té fuera no me la ofrecen
nunca. Quiero que me des la llave de la buhardilla.
—¿La vieja sala de las lecciones, señorito Dorian? Vaya. Está llena de
polvo. Debo hacer que la limpien y la pongan en orden antes de que suba
usted. No está para recibirlo, señorito Dorian. Desde luego que no.
—No quiero que la pongan en orden, Leaf. Sólo quiero la llave.
—Bien, señorito Dorian, pero le advierto que se verá usted cubierto de
telas de araña si entra allí. Lleva casi cinco años sin abrirse. Desde que murió
su señoría.
Se estremeció al oír mencionar la muerte de su tío. Tenía odiosos
recuerdos de él.
—Eso no importa, Leaf —respondió—. La llave es lo único que quiero.
—Aquí está, señorito Dorian —dijo la anciana señora después de buscar
en su racimo de llaves con manos trémulas y vacilantes—. Aquí está la llave.
La sacaré de la anilla en un momento. Pero no pensará vivir allí, señorito
Dorian, estando aquí tan cómodo, ¿verdad?
—No, Leaf, no. Simplemente quiero ver el lugar, y quizás guardar algo en
él. Eso es todo. Gracias, Leaf. Espero que estés mejor de tu reumatismo y que
te encargues de enviarme mermelada para el desayuno.
La señora Leaf movió la cabeza.
—Esos extranjeros no entienden lo que es la mermelada, señorito Dorian.
La llaman compota. Pero yo misma le traeré alguna mañana, si me lo permite.
—Será muy amable por tu parte, Leaf —respondió él mirando la llave.
Y, después de hacer una elaborada reverencia, la anciana señora dejó la
habitación con el rostro risueño. Tenía una poderosa objeción contra el ayuda
de cámara francés. Sentía que era una desgracia para cualquiera haber nacido
extranjero.
Cuando la puerta se cerraba, Dorian puso la llave en su bolsillo y miró a
su alrededor en la habitación. Sus ojos se detuvieron en un cobertor de satén
púrpura con abundantes bordados en oro, una espléndida obra veneciana
del XVII tardío que su tío había encontrado en un convento cerca de Bolonia.
Sí, aquello serviría para envolver el terrible objeto. Tal vez hubiera servido a
menudo de sudario. Ahora iba a ocultar algo que poseía su propia corrupción,
peor que la corrupción de la muerte; algo que engendraría horror y, sin
embargo, no moriría nunca. Lo mismo que el gusano en el cadáver serían sus
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