Page 86 - El retrato de Dorian Gray (Edición sin censura)
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estarás fuera de la ciudad. Y si lo escondes siempre tras un biombo es que no
puede importarte demasiado.
Dorian Gray se pasó la mano por la frente. Había gotas de sudor en ella.
Se sentía al borde de un horrible peligro.
—Me dijiste hace un mes que nunca lo expondrías —dijo—. ¿Por qué has
cambiado de opinión? Los que soléis gustar de ser coherentes tenéis tantos
caprichos como los demás. La única diferencia es que vuestros caprichos
están bastante faltos de sentido. No puedes haber olvidado que me aseguraste
con la mayor solemnidad que nada en el mundo te induciría a enviarlo a una
exposición. Le dijiste a Harry exactamente lo mismo.
Se detuvo súbitamente, y un destello de luz apareció en sus ojos. Recordó
que lord Henry le había dicho una vez, medio en serio y medio en broma: «Si
quieres tener un cuarto de hora interesante, haz que Basil te explique por qué
no quiere exponer su cuadro. Él me contó por qué, y fue para mí una
revelación». Sí; tal vez Basil también tenía su secreto. Probaría suerte y le
preguntaría.
—Basil —dijo acercándose bastante a él y mirándolo directamente a la
cara—, todos tenemos secretos. Déjame conocer el tuyo y yo te contaré el
mío. ¿Qué razón tenías para negarte a exponer el cuadro?
Hallward se estremeció contra su voluntad.
—Dorian, si te lo dijera, quizá yo podría gustarte menos, y sin duda te
reirías de mí. No puedo soportar ninguna de esas dos cosas. Si deseas que
jamás vuelva a mirar tu cuadro, me parece bien. Siempre te tendré a ti para
mirarte. Si deseas que la mejor obra que he creado jamás permanezca oculta
para el mundo, me place. Tu amistad es más valiosa para mí que toda fama o
reputación.
—No, Basil, tienes que decírmelo —murmuró Dorian Gray—. Creo que
tengo derecho a saberlo.
Su sentimiento de terror había desparecido. La curiosidad había ocupado
su lugar. Estaba decidido a desvelar el misterio de Basil Hallward.
—Sentémonos, Dorian —dijo Hallward con aspecto pálido y dolorido—.
Sentémonos. Yo me sentaré a la sombra, y tú te sentarás al sol. Nuestras vidas
son exactamente así. Sólo respóndeme a una pregunta. ¿Has percibido en el
cuadro algo que no te guste? ¿Algo que, al principio, probablemente no
advirtieras, pero que se te haya revelado de repente?
—¡Basil! —exclamó el muchacho agarrando los brazos de la silla con las
manos temblorosas y mirándolo fuera de sí con ojos asombrados.
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