Page 82 - El retrato de Dorian Gray (Edición sin censura)
P. 82
habla de algo, nunca ha ocurrido. Es, simplemente, la expresión, como dice
Harry, lo que da realidad a las cosas. Háblame de ti y de lo que estás
pintando.
—¿Fuiste a la ópera? —preguntó Hallward hablando muy despacio y con
un dejo ahogado de dolor en la voz—. ¿Te fuiste a la ópera mientras Sybil
Vane yacía muerta en alguna sórdida pensión? ¿Puedes hablarme de que otras
mujeres son encantadoras y de que Patti cantó divinamente sin que la
muchacha que amaste tenga todavía ni la paz de una tumba en la que
descansar? ¡Cuántos horrores aguardaban a aquel pequeño cuerpo tan blanco!
—¡Detente, Basil! ¡No puedo soportarlo! —exclamó Dorian, poniéndose
en pie bruscamente—. No debes hablarme de estas cosas. Lo hecho, hecho
está. Lo pasado es pasado.
—¿Llamas pasado al día de ayer?
—¿Qué tiene que ver con eso el lapso de tiempo real? Sólo la gente
superficial requiere años para liberarse de una emoción. Un hombre que es
dueño de sí mismo puede poner fin a un dolor con la misma facilidad con que
puede inventar un placer. No quiero estar a merced de mis emociones. Quiero
usarlas, disfrutarlas y dominarlas.
—¡Dorian, esto es horrible! Algo te ha cambiado por completo. Pareces
exactamente el mismo muchacho que solía venir a mi estudio día tras día a
posar para su retrato. Pero entonces eras sencillo, natural y afectuoso. Eras la
criatura menos corrompida del mundo. Ahora no sé lo que te ha pasado.
Hablas como si no tuvieras corazón ni hubiera en ti piedad. Todo esto es la
influencia de Harry. Puedo verlo.
El muchacho se ruborizó y, yendo hacia la ventana, se quedó mirando el
verde jardín tembloroso por unos momentos.
—Le debo mucho a Harry, Basil —dijo al fin—. Más de lo que te debo a
ti. Tú sólo me has enseñado a ser banal.
—Bien; soy castigado por eso, Dorian, o lo seré algún día.
—No sé lo que quieres decir, Basil —exclamó dándose la vuelta—. No sé
lo que quieres. ¿Qué quieres?
—Quiero al Dorian Gray que solía conocer.
—Basil —dijo el muchacho volviéndose de nuevo hacia él y poniéndole
la mano sobre el hombro—, has llegado demasiado tarde. Ayer, cuando oí que
Sybil Vane se había suicidado…
—¡Suicidio! ¡Cielo santo! ¿No hay ninguna duda sobre eso? —exclamó
Hallward levantando la vista hacia él con expresión de horror.
Página 82