Page 79 - El retrato de Dorian Gray (Edición sin censura)
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preguntas y esperaba que algún día pudiera ver el cambio producirse ante sus

               ojos al tiempo que su misma esperanza lo hacía temblar.
                    ¡Pobre Sybil! ¡Qué historia había sido todo aquel romance! Tantas veces
               había fingido su muerte en el escenario y, al fin, la Muerte misma la había
               tocado  y  se  la  había  llevado  consigo.  ¿Cómo  habría  interpretado  aquella

               funesta  escena?  ¿Habría  muerto  maldiciéndolo?  No,  ella  había  muerto  por
               amor a él, y desde ahora él vería para siempre un sacramento en el amor. Ella
               lo había expiado todo sacrificando su vida. No volvería a pensar en lo que le
               había hecho sufrir aquella horrible noche en el teatro. Cuando pensara en ella

               sería como una maravillosa figura trágica para la que el Amor hubiera sido
               una gran realidad. ¿Una maravillosa figura trágica? Las lágrimas vinieron a
               sus ojos al recordar su aspecto aniñado, su encantadora fantasía y su elegancia
               tímida y temblorosa. Se apresuró a secárselas y volvió a mirar el cuadro.

                    Sentía que había llegado de verdad el momento de hacer su elección. ¿O
               acaso su elección ya estaba hecha? Sí, la vida había decidido por él (la vida, y
               su  propia  curiosidad  infinita  hacia  la  vida).  La  juventud  eterna,  la  pasión
               infinita, los placeres sutiles y secretos, la alegría desenfrenada y los pecados

               aún más desenfrenados. Él iba a tener todas esas cosas. El retrato soportaría la
               carga de su vergüenza: eso era todo.
                    Un sentimiento de dolor se apoderó de él al pensar en la profanación que
               aguardaba  al  hermoso  rostro  del  lienzo.  Una  vez,  en  una  burla  infantil  de

               Narciso, él había besado, o fingido besar, aquellos labios pintados que ahora
               le  sonreían  tan  cruelmente.  Una  mañana  tras  otra  se  había  sentado  ante  el
               retrato  maravillándose  ante  su  belleza,  casi  enamorado  de  ella,  como  le
               parecía  a  veces.  ¿Iba  éste  a  transformarse  ahora  con  cada  pasión  a  la  que

               sucumbiera? ¿Iba a convertirse en algo monstruoso y aborrecible que hubiera
               que encerrar bajo llave en una habitación y ocultar a la luz del sol, que tantas
               veces  había  pintado  de  oro  aún  más  brillante  la  maravilla  de  sus  cabellos?
               ¡Qué tristeza! ¡Qué tristeza!

                    Por  un  momento  pensó  en  rezar  para  que  el  horrible  vínculo  existente
               entre él y el cuadro cesara. Había cambiado en respuesta a una plegaria. Tal
               vez en respuesta a una plegaria pudiera permanecer inalterado. Sin embargo,
               ¿quién que supiera algo de la vida renunciaría a la oportunidad de permanecer

               siempre joven, por fantástica que pudiera ser esa oportunidad o funestas las
               consecuencias que acarrease? Y, además, ¿estaría bajo su control realmente?
               ¿Habría sido de verdad su plegaria lo que produjo la sustitución? ¿Acaso no
               habría alguna curiosa razón científica para todo ello? Si el pensamiento era

               capaz  de  ejercer  su  influencia  sobre  un  organismo  vivo,  ¿no  podría  el




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