Page 210 - El Terror de 1824
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206 B. PÉREZ G ALDOS
ración (al decir esto dió una gran palmada), y
en seguida vemos venir la recomendación. Si
no hay gente más feliz que los conspiradores...
Yo no sé cómo se las componen, que siempre
encuentran amigos,
— Hablemos claro — dijo el Cortesano tra»
gando saliva.— Yo no recomiendo á un cons-
pirador: solamente afirmo que el Sr. Cordero
no ha conspirado jamás. ¿No está el Sr. Cha-
perón convencido de e!ló? ¿No se ha demos-
trado que los verdaderos culpables son otros?
— Este es un caso extraño — afirmó D. Fran-
cisco.— Cierto es que los Corderos son ino-
centes.
— Bueno: si hay realmente inocencia, no di-
go nada — objetó sonriendo Navarro. — Pero es
particular que sólo los que conspiran resultan
inocentes.
— Sólo los que conspiran, — añadió Romo en
tono de! más perfecto asentimiento.
— ¿Pues qué? — dijo Pipaón con mayor dosis
<Je éntasis y encarándose con el voluntario rea
lista. — ¿No será usted capaz de sostener quo
nuestro amigo D. Benigno y su hija son ino-
centes del crimen que les imputó un delator
desconocido?
Ruinó miró á todos, uno tras otro, impasi-
blemente. Jamás había su rostro aparecí lo
más írío, más obscuro, de más difícil defini-
ción que en aquel instante. Era como un pa-
pel blanco, en cuya superficie busca en vatio
la observación una frase, una línea, un rasgo,
un punto.
— Bien conocen todos— dijo con tranquilo