Page 38 - El Terror de 1824
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creyese destinado á su persona, no vaciló en
ocuparlo. En el mismo instante llegaron á su
nariz olores de comida muy picantes y aperiti-
vos. El anciano exclamó con mayor confusión:
— No, ésta no es mi casa.
Decíal o por aquellos olores, que hacía mucho
tiempo habían dejado de acompañarle en su
domicilio. A pesar de no ser supersticioso, afir-
móse en la idea de hallarse bajo la acción de
una magia ó bromazo de Satanás. Y sin em-
bargo, era la cosa más sencilla del mundo.
Pronto se convenció de ello nuestro amigo vien-
do entrar á una joven vestida de negro, la cual
se llegó á él sonriendo y le dijo:
— Buenas noches, Sr. D. Patricio. ¿Ya se le
pasó á usted el desmayo? Bien decía yo que no
©ra nada. Sin embargo, mandamos llamar un
médico.
— |Por vida de cien mil chilindronesl — repu-
so Sarmiento, saliendo pocoá poco del estupor
en que había caído. — Pues no me queda duda
de que estoy hablando con Sólita en persona.
— La misma,— dijo la joven acercándose á
la mesa y apoyando ambas manos en ella para
contemplar más de cerca al viej r>.
— ¿Y cómo es que estoy en mi casa y no
estoy en ella?
— Está usted en la mía.
— ¡Ahí bien lo decía yo, bien lo decía. Estos
platos, estos ricos olores, este arreglo, no pue-
den existir en la casa de un pobre maestro de
escuela sin discípulos. Como todos los cuartos
de la casa son iguales, de aquí que... Pues con
permiso de usted... me retiro á mi vivienda...