Page 40 - El Terror de 1824
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36 B. PÉRBZ GALDÓS
ted y yo no podemos ser amigos hoy ni nun-
ca.,. dígolo para que no se crea que adulo, que-
me dejo seducir y sobornar por este fino obse-
quio, que agradezco.
— Cene usted, cene usted... — dijo Sólita lle-
nándole el vaso. — La mucha conversación po-
drá ser perjudicial á su cabeza, que, según me
han dicho, no está del todo buena.
— Cenaré, señora, puesto que usted lo toma
tan á pechos... Consto que yo no he mendiga-
do esta cena; conste que me han traído aquí
por fuerza; que no he solicitado esta amistad;:
conste, en fin, que no podemos ser amigos.
— Aunque no quiera serlo mío, yo me em-
peño en serlo de usted y lo he de conseguir, —
dijo Soledad sonriendo y hablando al viejo en
el tono que se emplea con los chiquillos.
— Dale, dale — repuso Sarmiento engullendo
á prisa.— Con que amiguitos, ¿eh? ¡Chilin-
drón!... Usted no tiene memoria, sin duda.
— Verdaderamente no tengo mucha para
el daño recibido.
—Su dichosito papaíto de usted y yo éra-
mos como el agua y el fuego... Mi deber era
perseguirle, denunciarle, no dejarle respirar...
Yo siempre cumplo mi deber, yo soy esclavo
<le mi deber. Pertenezco á mi patria, y á una
idea, ¿me entiende usted?
— Entiendo.
— Con nada transijo. El enemigo de la pa-
tria es mi enemigo, y la hija del enemigo de mi
patria es mi enemiga. ¿Qué dice usted á eso?
— Que no ha tratado ó las sopas como ene-
migas de la patria*