Page 82 - Querido cerebro, ¿qué coño quieres de mí?
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Echar la culpa a los demás de algo que te duele es como
echarle la culpa a los zapatos de que te huelan los pies.
Cuando crecemos en familias en las que se escuchan expresiones
como «tú me enfadas» o «tú me agobias», de alguna manera
aprendemos que la culpa de cómo nos sentimos es de los demás. Esto
es una trampa terrible porque si pensamos que los otros tienen la culpa
de lo que nos pasa, sentiremos que somos esclavos de la situación y, al
no tomar las riendas, la situación se repetirá una y otra vez. En cambio,
si asumimos la responsabilidad de nuestras emociones, tal vez podamos
hacer algo para que no se repitan en el futuro.
¡Ojo! Esto no quita que haya personas que nos hayan jodido y sean
también en cierto modo responsables de nuestro malestar. Pero en los
casos en los que otra persona no tiene intención de hacernos daño y
hace algo que nos molesta, suele ser nuestra interpretación lo que nos
hace sentir malestar, y de eso sí que nos tenemos que responsabilizar.
Al final somos seres sociales que vivimos en comunidad y si no
asumimos nuestras mierdas, será muy difícil convivir con nosotros.
Hugo siente que sus hijos son los culpables de su enfado, por lo que le
parece normal descargarse con ellos para que escarmienten. El
problema es que el cambio de comportamiento de sus hijos no resuelve
su malestar —solo lo hará, si acepta su emoción, pone límites en el
trabajo y flexibiliza su mente—, por lo que volverá a enfadarse con ellos
en el futuro.
En este punto podríamos trabajar con Hugo el darse cuenta de lo que
él siente ante diferentes situaciones, enseñarle a ver la intención de los
demás en lo que hacen o dicen y a asumir su responsabilidad en lo que
siente y en cómo actúa en esas situaciones.