Page 30 - libro Antología cuentos 2020 La Balandra.indd
P. 30
aterrado. Qué carajo, dijo él, y se fue contra el Carlo, lo levantó de los
brazos. Qué carajo. Pero el Carlo no supo explicarse y largó el chillido
de pájaro que la madre le había dejado en el cuerpo antes de irse. Lo tiró
al piso como un trapo y cuando le iba a pegar se contuvo. En el aire de-
tuvo la mano. Se acordó de que lo iba a necesitar para juntar las ovejas
que había soltado en la loma, para arreglar el techo del galpón que era un
coladero, para armar los andamios y subir las chapas, para limpiar la casa
y lavar la ropa y cocinar, para darle de comer a los animales. En el aire
detuvo la mano. Qué carajo, dijo. Y el Carlo se levantó de un salto, lo
empujó apenas, y salió corriendo llevándose todo por delante.
Después, cuando los días pasaron y pasaron, se fueron apilando
como fardos, el recuerdo se le confundía, aparecía de una u otra manera.
A veces lo veía al Carlo con el vestido puesto, frente al espejo, tal cual
como la madre. A veces lo veía con la camisa, y el vestido apelotonado
en la mano. A veces lo veía desnudo y haciendo una pose de maniquí y el
vestido rojo con flores blancas tendido sobre la cama.
Hacía todo lo posible por no acordarse. Por olvidarse. Hacía todo el
esfuerzo posible para convencerse de que eso no había pasado y que ha-
bía sido un invento, una visión de borracho, un sueño malo que le volvía
despierto.
Pero la mayoría de las veces le volvía y pegada, la vergüenza. Y lo
tapaba con rabia. Rabia como la que tenía ahora, que apretaba los dientes
32