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Naturalismo e impresionismo
de las clases a las que no sólo Berthet, sino, como él acentúa, tam
bién perteneció Napoleón.
Así entra en la literatura la lucha consciente de clases. La lu
cha entre los distintos estratos de la sociedad, naturalmente, había
sido descrita antes también por los literatos; ninguna descripción
veraz de la realidad social podía desentenderse de ella. Pero ni las
figuras literarias ni sus creadores eran conscientes del auténtico
sentido de la lucha. El esclavo, el siervo y el campesino -habitual
mente como figuras cómicas- habían figurado en la literatura an
terior incluso con relativa frecuencia, y el plebeyo había sido des
crito no sólo como representante de un elemento social perezoso,
sino también -por ejemplo, en El campesino enriquecido, de Mari-
vaux- como un advenedizo en la buena sociedad, pero nunca entró
en escena un representante de los estratos inferiores, es decir de los
estratos que quedan por debajo de la burguesía media, como
campeón de una clase privada de sus derechos. Julián Sorel es el
primer héroe de novela que tiene siempre presente su carácter ple
beyo, del que es consciente, que mira cada éxito como un triunfo
sobre la clase dominante, y siente cada derrota como una humilla
ción. No puede perdonar ni a la propia Madame de Renal, la úni
ca mujer a la que ama de verdad, el que sea rica y pertenezca a
aquella clase contra la cual él -según cree—tiene que estar siempre
en guardia. En su relación con Matilde de la Mole la lucha de cla
ses no se puede distinguir ya en nada absolutamente de la lucha en
tre los sexos. Y el discurso que él dirige a sus jueces no es otra cosa
que la proclamación de la lucha de clases, un reto a sus enemigos,
ya con el cuello bajo la cuchilla: «Señores, yo no tengo el honor de
pertenecer a vuestra clase social -dice-. Vosotros veis en mí un
campesino que se rebeló contra la humildad de su destino... Yo veo
hombres que quisieran castigar en mi persona y desanimar para
siempre a aquella clase de jóvenes nacidos en un estrato bajo y opri
mido por el hambre, que tuvieron la suerte de educarse a sí mis
mos y tuvieron el ánimo de relacionarse con aquellos círculos que
la arrogancia de los ricos llama la sociedad...» Y, sin embargo, el
autor no se refiere sólo, y probablemente ni siquiera en primer lu
gar, a la lucha de ciases; su simpatía no está con los pobres y los
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