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Historia social de  lá  literatura y el  arte







                   metafísica,  toda  mera especulación  y  todo  idealismo al  modo ale­



                   mán le son ajenos y abominables.  El concepto de la moral y la esen­


                   cia de  la integridad  intelectual  consisten para él  en  la aspiración a


                   «ver claramente en  lo  que es»,  es  decir en  la  oposición  a  las  insi­



                   nuaciones  de  la  superstición  y  del  engañarse  a  sí mismo.  «Su  ar­


                   diente  imaginación  le encubría muchas veces  las cosas -dice  él de


                   uno  de  sus  personajes  favoritos,  la duquesa  Sanseverina-,  pero  las


                   ilusiones  caprichosas  que  sugiere  la cobardía le fueron ajenas.»  El



                   propósito  más alto a sus  ojos  es el  ideal  de  vida de  Voltaire y Lu­


                   crecio:  vivir libre de temor.  Su ateísmo  consiste en la lucha contra


                   el  déspota de la Biblia y  la mitología,  y  es  sólo  una  forma de rea­



                   lismo apasionado, opuesto tenazmente a toda mentira y a todo en­


                   gaño.  Su  aborrecimiento de  toda  retórica  y  todo patetismo,  de  las


                   palabras y frases altisonantes, del estilo colorista, exuberante y en­



                   fático de  Chateaubriand  y  De  Maistre,  su preferencia por el  estilo


                   claro, objetivo y seco del  «Código civil», por las buenas definicio­


                   nes,  las  frases breves,  precisas  y  sin  color:  todo esto es en él  la ex­



                  presión  de  un  materialismo  estricto,  sin  concesiones  y  como  dice


                   Bourget,  «heroico», del  deseo de ver claro y  de  hacer a  los  demás


                  ver claramente en  lo que  existe.  Toda exageración  y  toda ostenta­


                   ción le resultan enojosas, y aunque también se entusiasma con fre­



                  cuencia,  nunca  es  grandilocuente.  Se  ha  advertido,  por  ejemplo,


                  que jamás dice  «libertad», sino siempre, simplemente,  «las dos cá­


                  maras  y  la  libertad  de prensa»  39;  esto  es  también  un  signo de  su



                  aversión a todo lo que suena irreal y exaltado y es igualmente par­


                  te  de  su  lucha  contra  el  romanticismo  y  contra  sus  propios  senti­


                  mientos  románticos.


                             Porque,  sentimentalmente,  Stendhal  es  un  romántico;  «es



                  cierto  que piensa  como  Helvétius, pero  siente  como  Rousseau»  40.


                  Sus  héroes  son  idealistas  desilusionados,  audaces apasionados  y ni­


                  ños inocentes y no manchados por la suciedad de la vida. Son, como



                  su famoso antecesor Saint-Preux,  amantes  de la soledad y  de  las al­


                  turas alejadas del mundo, donde sueñan sin molestias y pueden de­


                  dicarse a sus recuerdos.  Sus sueños,  sus recuerdos  y sus pensamien­





                            w  Émile  Faguet,  Politiques et moralistes,  III,  1900,  pág.  8.

                            40  M.  Barcfeche,  Stendhal romaneier,  pág.  47.
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