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Naturalismo e impresionismo
tos más secretos están llenos de ternura. Esta es la gran fuerza que
mantiene en equilibrio la razón de Stendhal, la fuente de la más
pura poesía y del hechizo más profundo en su obra. Pero su roman
ticismo no es siempre, ni mucho menos, pura poesía y arte puro, in
contaminado. Está más bien lleno de rasgos novelescos, fantásticos,
morbosos y macabros. Su culto del genio, ante todo, no consiste, en
modo alguno, simplemente en un entusiasmo por lo grande y lo so
brehumano, sino al mismo tiempo en un gozo por lo extravagante
y lo extraño; su glorificación de la «vida peligrosa» no significa sólo
una veneración por la intrepidez y el heroísmo, sino también un
juego con la infamia y el crimen. Rojo y negro es, si se quiere, una
novela de terror con un final picante y horrible, mientras que La
cartuja de Parma es una novela de aventuras llena de sorpresas, res
cates maravillosos, crueldades y situaciones melodramáticas. El
«beylismo» es no sólo una religión de la fuerza y la belleza, sino
también un culto al placer y un evangelio de la violencia, una va
riante del satanismo romántico. Toda la crítica que Stendhal hace
de la cultura del momento tiene un carácter romántico; está inspi
rada en el entusiasmo de Rousseau por el estado natural, pero es al
mismo tiempo un rousseaunianismo exagerado y negativo que la
menta en la civilización moderna no sólo la pérdida de la esponta
neidad, sino también la atrofia del valor necesario para cometer los
grandes crímenes apasionantes. El bonapartismo de Stendhal es el
mejor ejemplo del carácter complejo, y, en parte, fuertemente ro
mántico, de su ideología. Aparte de la glorificaaión estetizante del
genio, este culto de Napoleón consiste, por un lado, en el reconoci
miento del advenedizo y de la voluntad de ascender socialmente, y,
por otro, en la solidaridad con el vencido, con la víctima de ia reac
ción y del poder de las tinieblas. Napoleón es, para Stendhal, en
parte el pequeño teniente que se convierte en el amo del mundo, el
benjamín de los cuentos que resuelve la adivinanza y obtiene a la
hija del rey, y, en parte, el eterno mártir y el héroe espiritual que es
demasiado bueno para este mundo corrompido y muere como víc
tima suya. El inmoralismo y el satanismo de la actitud romántica se
mezclan también en este culto a Napoleón y lo transforman en una
apoteosis de la grandeza, tanto en el bien como en el mal; en una
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