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Historia social de  la literatura y el arte








                 ellos sólo un medio para un fin,  como mármol y ónix,  terciopelo y


                 seda, espejo y cristal.  Imitan los palacios romanos y los castillos del


                 Loira, los atrios pompeyanos y los salones barrocos, el mobiliario de



                 los  ebanistas  Luis  XV  y  las  tapicerías  de  las  manufacturas  Luis


                 XVI.  París adquiere un nuevo esplendor,  un nuevo aspecto cosmo­


                 polita.  Pero su grandeza es con frecuencia sólo aparente; el material


                 pretencioso  es  frecuentemente sólo un  sucedáneo;  el  mármol,  sólo



                 escayola;  la  piedra,  sólo mortero.  Las  magníficas  fachadas  son  sólo


                 imitadas;  la rica decoración es inorgánica y amorfa.  En la arquitec­


                 tura hay una nota de falsedad que corresponde al carácter de parve-



                 nue de la sociedad dominante.  París se convierte otra vez en capital


                de Europa, pero no en centro del arte y la cultura, como antes, sino


                en  metrópoli  del  placer,  en  ciudad  de  la  ópera,  de  la opereta,  del


                 baile,  de los  bulevares,  los  restaurantes,  los grandes almacenes,  las



                exposiciones mundiales y los placeres corrientes y baratos.


                           El Segundo Imperio es el período clásico del eclecticismo, un


                período  sin  estilo  propio  en  arquitectura  y  artes  industriales,  y



                sin  unidad  estilística  en  pintura.  Surgen  nuevos  teatros,  hoteles,


                palacios para alquilar, cuarteles, almacenes, mercados; surgen ave­


                nidas  y  paseos  de  circunvalación.  París  es  casi  reconstruido  por


                Haussmann. Sin embargo, todo esto, si se excluyen el principio de



                espaciosidad y el comienzo de la construcción con hierro, da la im­


                presión  de  carecer  de  toda  idea  original  arquitectónica.  Natural­


                mente,  también  en  épocas  precedentes existieron  distintos  estilos



                simultáneos  que  rivalizaban,  y  también  la  discrepancia  entre  un


                estilo históricamente importante, que no correspondía al gusto de


                las  clases  preponderantes,  y  otro  de  menos  valor,  insignificante


                históricamente pero popular,  era un  fenómeno  bien  conocido  ha­



                cía  tiempo.  Sin  embargo,  nunca encontraron  las  tendencias  artís­


                ticamente importantes tan escaso eco en los contemporáneos como


                ahora; y en ninguna otra época percibimos tan agudamente como en



                ésta que toda historia de arte y  literatura que hable sólo de los fe­


                nómenos  de  valor  estético  y  de  la  importancia  histórica  da  una


                imagen  incompleta  de  la  auténtica  vida  artística  del  período;  en


               otras palabras, que la historia de las  tendencias progresistas orien­



                tadas al futuro, y  la de las  tendencias predominantes  en virtud de
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