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Historia sociai  de ía literatura y el arte








                   opereta era no sólo una imagen de la sociedad frívola y cínica del Se­


                   gundo Imperio, sino, a la vez,  una forma de burla de sí mismo, que


                   no sólo expresaba la realidad, sino también la irrealidad de este mun­



                   do, que surgió, en una palabra, de la naturaleza operetesca de la vida


                   m ism all6, en cuanto que se puede hablar de  «naturaleza operetesca»


                   de una época tan seria, tan objetiva y tan crítica como ésta.  El labra­


                   dor  junto al arado,  los  trabajadores  en las fábricas,  los comerciantes



                   en sus tiendas, los pintores en Barbizon, Flaubert en Croisset, eran lo


                   que eran; pero la clase dominante, la corte en las Tullerías y el mun­


                   do de banqueros juerguistas, aristócratas disolutos, periodistas parve-



                   nus y  bellezas  regordetas  tenían algo de improbable,  algo de fantas­


                   magórico  e  irreal,  algo  efímero  en  sí;  era  un  país  de  opereta,  una


                   escena cuyos bastidores amenazaban hundirse a cada momento.


                             La opereta  era producto  de  un  mundo  de  laissez-faire,  laissez-



                   passer, o sea un mundo de liberalismo económico, social y moral, un


                   mundo en el que cada uno podía hacer lo  que  quisiera en tanto se


                   abstuviera de  discutir  el  sistema  mismo.  Esta restricción  implica­



                   ba, por una parte,  límites muy amplios, y, por otra, muy estrechos,


                   El mismo Gobierno que demandó judicialmente a Flaubert y Bau-


                   delaire, toleraba las más insolentes sátiras sociales, la ridiculización


                   más  irrespetuosa  del  régimen  autoritario,  la  corte,  el  ejército y  la



                   burocracia en las obras de Offenbach.  Pero toleraba sus calaveradas


                   simplemente  porque  no  eran  o  parecían  no  ser  peligrosas,  porque


                   se reducían a un público cuya lealtad estaba fuera de duda y no ne­



                   cesitaba  otra  válvula  de  escape  para  ser  feliz  que  esta  burla  apa­


                   rentemente  inofensiva.  La  burla  nos  parece  maliciosa solamente a


                   nosotros;  el  público  contemporáneo  no  escuchó  el  siniestro  bajo


                   tono que nosotros podemos oír en el ritmo frenético de los galops y



                   cancans  de  Offenbach.  Sin embargo,  el  entretenimiento  no  era  tan


                   inofensivo, pues se sugería sólo el torbellino por el que se quería ser


                   arrastrado. La opereta desmoralizaba al pueblo, no porque se mofa­



                   ba de  todo  lo  «venerable»,  no porque  sus  escarnios de  la antigüe­


                   dad,  de  la  tragedia  clásica,  de  la  ópera  romántica,  fueran  simple­


                   mente crítica disfrazada de la sociedad, sino porque quebrantaba la







                             li6  Ibid.,  pág.  270.






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