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Historia social de  la literatura y  el arte







                 desde el principio el fin y lo tiene presente en todo momento, y en



                 cada una de  las  partes  tiene  presentes  todas  las  otras,  hasta que  la


                 última frase —con fuerza  no disminuida- no hace otra cosa que de­


                 sarrollar  y  confirmar  la  primera»;  pero  se  puede  también,  como



                 Bernard  Shaw,  temer lo peor para los  dramaturgos  de  la tiranía de


                 la  lógica,  de  ia  que  dice  Shaw  que  «es  casi  imposible  para  sus  es­


                 clavos  escribir  últimos  actos  tolerables  en  sus  obras,  de  tan  con­


                 vencionalmente  como  sus  conclusiones  siguen  a  sus  premisas».



                 Pero,  para  creer  en  la palabra  de  Shaw  de  que  repudia las  tretas y


                 ardides de esta visión del arte verdaderamente, hay que olvidar que


                 él  es  el autor de obras  como  el  The Devil’s Disciple y Cándida,  que,



                 en una observación detenida, se descubre que no son más que pikes


                 bien faites.  Sin embargo, no sólo Shaw, sino también Ibsen y Strind-


                 berg, y con ellos todo drama del presente concebido de acuerdo con


                 las reglas  teatrales, dependen más o menos de la pitee bien faite fran­



                 cesa. El arte de producir el enredo y la tensión, trabar el nudo y di­


                 ferir su solución, preparar anticipadamente los cambios de la acción


                 y,  a pesar de ello, sorprender al espectador,  las reglas de la correcta



                distribución  y  el  ritmo  de  los  coups  de  théátre,  ia  casuística  de  las


                desmesuradas discusiones  y  de  las  frases  de  efecto  seguidas  de  te­


                 lón,  la caída de telón sensacional,  la solución  en  el último minuto,


                 todas  estas  cosas  las  han  aprendido de  Scribe,  Dumas^-Augier, La-



                biche  y  Sardou.  Esto  no  significa en  absoluto que la  técnica  de  la


                escena moderna sea por entero creación de estos autores. Por el con­


                trario,  la  línea del  desarrollo puede  ser trazada hacia atrás entre el



                melodrama y el vaudeville del período posrrevolucionario, el drama


                doméstico y la comedia del siglo XVIII, la commedia dell’arte,  y Mo­


                liere, hasta la comedia romana y la farsa medieval.  Sin embargo,  lu


                contribución de los maestros  de la piece bien faite a esta tradición es



                extraordinaria.


                           El producto artístico más original del Segundo Imperio, y, en


                muchos  aspectos,  el  más expresivo,  es  la  opereta us.  Tampoco  ellu



                es,  desde  luego,  úna  innovación  absoluta  en  ningún  sentido;  esto


                sería inconcebible en un estadio tan avanzado de la historia del teu-







                           11'  Jules Lemaítre, Impress'tom de tbédtre,  I>  1888, pág.  217.






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