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Historia social de  la literatura y el  arte








                            La calidad  inferior de las obras -puesto que es  ínfim a- no se


                 debe  al  hecho  de  que  sírvan  a  un propósito  definido  y  defiendan


                 una  tesis -incluso  las  comedias  de  Aristófanes  y  las  tragedias  de


                 Corneille  hicieron  también  esto—  sino al  hecho de que  el propó­
                                                                                          ,


                 sito  se  les  imponga  desde  fuera  y  ninguna  de  las  figuras  sea  de


                 carne y hueso. Nada es más característico de la combinación inor­


                 gánica  de  tesis  y  exposición  en  estas  obras  que  la  figura  fija  del



                  «argumentador».  El  mero  hecho  de  que  un  personaje  no  tenga


                 otra  función  que  la  de  ser  intérprete  del  autor  demuestra  que  la


                 doctrina  moral  no  sale  de  lo  meramente  abstracto,  y  que  en  el


                 fondo  la ideología  no forma  unidad  con  el  cuerpo de  la obra.  Los



                 autores  se avienen  o,  más  bien aceptan,  las opiniones de las clases


                 dominantes  sobre  los  buenos  y  malos  hábitos  de  la  época,  y  tie­


                 nen,  independientemente  de  estas  ideas,  un  cierto  don  de  entre­



                 tenimiento,  una  cierta  habilidad  para  hacer  surgir  el  interés  y


                 crear una tensión con medios escénicos.  Entonces combinan estos


                 datos y usan su ingenio teatral para vender las opiniones y teorías


                 que  tienen  que  proclamar.  Pero  lo  hacen  de  manera  completa­



                 mente directa y brusca, y contribuyen grandemente sin saberlo al


                 principio  de  «el  arte  por  el  arte».  Porque  la propaganda  en  arte


                 es  más  molesta  cuando  no  impregna  completamente  la  obra  y



                 cuando  la  idea  que  se  proclama  no  coincide  enteramente  con  la


                 visión del artista.


                           En  contraste  con  el  romanticismo,  el  Segundo  Imperio  es


                 una  época  de  racionalismo,  reflexión  y  análisis n0.  Los  problemas



                 técnicos están por todas partes en primer plano, y en todos los gé­


                 neros domina la inteligencia crítica. En la novela, este espíritu crí­


                 tico  está  representado  por  Flaubert,  Zola  y  los  hermanos  Gon-



                 court; en  la poesía lírica,  por Baudelaire y  los parnasianos; y en el


                 drama, por los maestros de la piece bien faite.  Los problemas forma­


                 les,  que  sirven  de  contrapeso a la  tendencia emocional  romántica


                 en  la  mayoría de  los  géneros,  predominan  en  la  escena.  Y no  son



                 simplemente las condiciones externas de la representación, sus es­


                 trechos límites temporales y espaciales, el carácter popular del pú-







                           130  A. Thibaudet, op.  cit>,  págs.  295  sigs.






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