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Historia social  de la literatura y  el  arte








                    r á 1 1 y su dénouement es  la solución que  los espectadores esperan y


                    exigen 112.  El  teatro  se convierte  así en  un  juego  de  sociedad,  que



                    se realiza ciertamente de acuerdo con los  más estrictos convencio­


                    nalismos  y  con  el  mayor virtuosismo;  pero,  a  pesar  de  esto,  tiene


                    en  sí algo  de  ingenuo  y  primitivo.  Las  dificultades  no  provienen


                    del material con el que se enfrenta uno, sino de la complicación de



                    las  reglas  del'juego.  Elias  deben,  ante  todo,  compensar  a  los  es­


                    pectadores exigentes de  la pobreza y la simpleza del contenido.  El


                    funcionamiento preciso del aparato debe, en otras palabras, escon­



                    der que  la  máquina  funciona  en  el  vacío.  El  público,  e  incluso  el


                    público  mejor,  por  cierto,  quiere distracción  fácil  y  sin  fatiga;  no


                    quiere vaguedades,  ni  problemas  insolubles,  ni  profundidades  in­


                    sondables.  De  aquí que  se  acentúe  tan  fuertemente  el  rigor  de  la



                    construcción y  la  lógica de  las conexiones.  El  desarrollo  de  la ac­


                    ción debe ser como una operación matemática;  la necesidad inter­


                    na  es  sustituida  por  la  externa,  de  igual  modo  que  la  verdad  in­



                    terna de  la  tesis es sustituida por el artificio de  la argumentación.


                              El dénouement es la solución del problema. Si la solución es fal­


                    sa,  toda  la  operación  es  falsa, dice Dumas.  Por eso,  en  su opinión,


                    una obra debe comenzarse por su final, por su solución, por su úl­



                    tima palabra. Nada ilumina mejor que este andar de cangrejo la di­


                    ferencia entre la inteligencia calculadora con que es construida una


                   piéce bien faite y  los impulsos irracionales de que los poetas se dejan



                    llevar.  El  autor escénico,  cuando  da  un  paso,  debe  retroceder dos;


                    debe comparar cada incidencia, cada motivo nuevo, cada rasgo nue­


                    vo con  ios motivos y rasgos ya existentes, y armonizarlos.  Escribir


                    teatro  significa un  constante  adelantarse  y  retroceder,  una  perma­



                    nente  ordenación  y  reordenación,  un  autoasegurarse  y  un  ir  cons­


                    truyendo con constantes pruebas de resistencia,  así como la conso­


                    lidación  gradual  y  la  fijación  de  cada  uno  de  los  estratos.  Un



                    racionalismo  de  esta  clase  caracteriza  más  o  menos  todo producto


                    artístico pasable, y en particular toda obra dramática representable


                   —a obra de Shakespeare, surgida del espíritu de la escena, lo mismo
                      l

                                                                                           ;
                    que las obras de Augier y Dumas— pero el efecto de una «obra bien




                              111 Sarcey, op.  cit.,  V, pág.  94.
                              112  Ibid,,  pág.  286.






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