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Naturalismo e  impresionismo








                     blico  y  la  inmediatez  de  la  reacción  a  la  impresión  que  recibe,  lo


                     que  induce  a  los  dramaturgos  a  atender  los  problemas  de  orden


                     y  economía artística,  sino  que  la  intención  didáctica  y  propagan­


                     dística  misma  les  obliga,  desde el  primer  momento, a  un  manejo



                     del material claro en  la forma y cuidadosamente terminado, técni­


                     camente  eficaz  y práctico.  Autores  y  críticos  se  vuelven  cada vez


                     más  conscientes  de  que  el  teatro  no  está  intrínsecamente  relacio­



                     nado con  la  literatura, de  que  la escena se rige de acuerdo con  le­


                     yes propias  y con  una  lógica propia,  y de que  el  elemento poético


                     de  un  drama se  opone  con  frecuencia a  su  efecto  en  la  escena.  Lo


                     que  Sarcey  entiende  por  perspectiva  teatral  (optique  de  théatre)  e



                     instinto teatral  (génie de théatre)  o, simplemente,  lo que quiere dar


                     a entender cuando dice  «c’est du théatre», es la conveniencia de la


                     escena -aparte por completo de  consideraciones  literarias-,  ei uso



                     drástico de  los  métodos puramente  teatrales,  el  esfuerzo total por


                     ganar  al  publico  a  cualquier  precio,  en  suma,  una  actitud  que


                     identifica  la  «escena»  con  la  «tribuna».  Voltaire ya se  había dado


                     cuenta  de  que  en  teatro  es  más  importante  «de  frapper  fort  que



                     de frapper juste», pero los practicones y  teóricos de la  «obra bien


                     hecha»  son  los  primeros  en  establecer  las  reglas  de  este  tipo  de


                     drama de golpes fuertes y seguros. Su descubrimiento más impor­



                     tante consiste en el reconocimiento del efecto de la escena, de que,


                     ciertamente,  la mera posibilidad de la representación de una obra


                     depende de una serie de convencionalismos y trucos del oficio, tri-


                     chertes,  como  Sarcey  los  llama,  y  que  el  acuerdo  táccico  entre  los



                     elementos  productores  y  receptores  es  precisamente  más  decisivo


                     en  el  drama  que  en  los  otros  géneros.  El  convencionalismo  más


                     importante  del  teatro  es  la  disposición  del  público  para  dejarse



                     sorprender por los  cambios  bruscos  en  la acción;  es decir su auto-


                     engaño consciente, su aceptación sin reservas de las reglas del jue­


                     go.  Sin esta disposición  seríamos  incapaces  no  sólo de ver por se­


                     gunda  vez  una  obra,  atendiendo  sólo  a  los  factores  puramente



                     teatrales,  sino que  ni  siquiera podríamos disfrutarla una vez.  Por­


                     que en tales obras todo ha de ser visto como sorprendente, aunque


                     rodo  es  previsible.  Sus scénes d faire son  los  inevitables  parlamen­



                     tos  que el público sabe muy bien que ha de encontrar y encontra­






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