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Naturalismo e  impresionismo







                  bablemente  representaba  un  convencionalismo  más  rígido  que  el



                  de la primitiva ópera italiana119, a la circunstancia de que la cultu­


                  ra de  la burguesía francesa sirvió de modelo a todo el continente y


                  por  todas  partes  correspondía  a  auténticas  necesidades  arraigadas


                  en  las  condiciones  sociales.  Nada  satisfacía  estas  necesidades  más



                   perfecta  y  rápidamente  que  el  concertado conjunto de  la ópera de


                   Meyerbeer,  la  organización  de  los  medios  a  su  disposición  -la  gi­


                  gantesca orquesta,  el  enorme escenario  y el  gran  coro- en un  con­



                   junto que estaba concebido solamente para impresionar, abrumar y


                  subyugar al público.  Éste era sobre  todo el  objetivo de los grandes


                   finales,  que  con  frecuencia  inventaban  nuevos  y  poderosos  efectos


                  plásticos  y  musicales,  pero  que  no  tenían  nada  en  común  con  la



                   profunda humanidad de las escenas finales de Mozart ni con la viva


                  gracia de las de Rossini.  Lo que nosotros habitualmente llamamos


                   «de  ópera»  -el  escenario  monumental,  el  énfasis vacío,  la  heroici­



                   dad  tonante,  el  lenguaje  y  la  emoción  artificiales-  no  es,  sin  em­


                   bargo, creación de Meyerbeer en ningún sentido y no está en modo


                   alguno limitado a la ópera de la época.  Incluso un artista de gusto


                   tan purista como Flaubert no está libre enteramente de teatralidad.



                   Es una parte del  legado romántico heredado por esta generación, y


                   Víctor  Hugo  tiene  en  su  desarrollo  una  parte  no  menor  que  Me­



                   yerbeer.


                             De  todos  los  representantes  calificados  de  la  época,  Richard


                   Wagner es  el que está más  cerca del estilo de  ópera de Meyerbeer,


                   no  sólo  porque  quiere  ligar  su  obra  a  un  arte  vivo,  sino  también


                   porque  ninguno  está  más  ansioso  del  triunfo  que  él.  Acepta  los



                   convencionalismos  dominantes  sin  oposición y,  como  se  ha dicho,


                   sólo  gradualmente  busca su camino  hacia  la originalidad,  en  con­


                   traste con el desarrollo artístico  típico,  que parte de una experien­



                   cia individual, de un descubrimiento personal, y termina en un es­


                   tilo  más  o  menos  estereotipado  12°.  Mucho  más  notable,  sin


                   embargo, que el punto de partida de Wagner de la «gran ópera»  es


                   su  vinculación  continua  con  una forma  que  combina  la expresión





                             n<;  Lionel de  la  Laurencie,  Le goüt  musical en  France,  1905,  pág.  292;  WiHiam  L.

                   Croscen, Frencb  Grand Opera,  1948, pág.  106.


                             J2Ü   Alfred Einstein, Music tn tbe Romantic Era,  1947, pág.  231.






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