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                                                 Historia social de la literatura y el arte







                 de  los  sentimientos  más  íntimos,  más profundos  y  más  sublimes,



                 con  la  ostentación  del  Segundo  Imperio.  Pero  no  sólo  Rienzi  y


                 Tannháuser son todavía óperas  espectaculares,  en  las que predomi­


                 na el aparato escénico,  sino que  Los maestros cantores  y Parsifal son



                 también en cierto aspecto obras musicales de espectáculo, concebi­


                 das para arrebatar todos los sentidos y superar toda expectación. La


                 preferencia por  lo magnífico y  lo masivo es  tan  fuerte en Wagner


                 como  en Meyerbeer  y  en  Zola,  y  Wagner es,  en proporción  nada



                 menor a Hugo y Dumas,  un autor teatral nato, un  «histrión»  y un


                  «mimomaniático», como Nietzsche le llam aba121.  Pero su teatrali­


                 dad  no es  simplemente ni mucho menos el  resultado de haber es­



                 crito  la  letra de  sus  óperas;  por el  contrario,  sus  óperas  son  la  ex­


                 presión de su gusto teatral confuso y de su naturaleza ruidosamente


                 ostentosa.  Como Meyerbeer, Napoleón  III, La Parva o Zola, Wag­



                 ner ama lo complicado, lo preciosista, lo voluptuoso, y es fácil dar­


                 se cuenta de  lo que  sus  óperas  y  los  salones de la  época,  llenos de


                 seda,  terciopelo,  brocado de oro,  mobiliario tapizado,  alfombras y



                 cortinajes,  tienen en común,  incluso aunque  no sepamos que que­


                 ría escenarios pintados por M akart,22.  La  manía por ía grandeza y


                 la exuberancia tiene  en  Wagner,  sin  embargo,  orígenes más com­


                 plicados;  los  hilos conducen  no  simplemente a Makart,  sino tam­



                 bién a Delacroix. Las relaciones entre La muerte de Sardandpalo y El


                 ocaso de los dioses son tan estrechas como entre el pródigo esplendor


                 de la «gran ópera» parisina y 1a celebración de los festivales de Bay-



                 reuth.  Pero ni siquiera aquí se acaba todo. El sensualismo de Wag­


                 ner es no sólo más elemental que una mera ostentación, sino tam­


                 bién  más  auténtico  y  espontáneo  que  todo  el  misticismo  de


                  «sangre, muerte y lujuria»  de su tiempo.  Con  razón, para muchas



                 de  las  inteligencias  más sensitivas de su siglo, su  obra significó la


                 esencia misma del arte, el paradigma que les reveló por vez prime­


                 ra  el  significado  y  el  principio  de  ía  música.  Wagner  fue,  cierta­



                 mente, la última y tal vez la más grande revelación del romanticis­


                 mo.  Ningún  otro  nos  permite  comprender  tan  íntimamente  con




                            121  Friedr. Nietzsche, Der Fall  Wagner,  1888; Nietzsche contra  Wagner;  1888.


                            122  Cf. Thomas Mann,  Betrachtungen  eines  Unpolitischen,  1918, pág. 75; Leiden und

                 Grosse der Meister,  1935, págs.  145 sígs.






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