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Historia social de la literatura y  el arte







                   industrialismo  se  encontraba  asentada sobre  la  base  de  una men­


                   talidad  tan  conservadora y  a  veces  hasta tan  reaccionaria  como  la


                   propia burguesía capitalista.



                             Los  utilitarios,  que  representaban  los  principios  económicos


                   del industrialismo, eran discípulos de Adam Smith y proclamaban


                   la doctrina de que la economía abandonada a sí misma no sólo co­



                   rrespondía  del  mejor  modo  al  espíritu  del  liberalismo,  sino  tam­


                   bién a los intereses generales.  Lo que en los  idealistas desencadenó


                   la más fuerte resistencia contra ellos no fue tanto lo insostenible de


                   esta tesis, como el  fatalismo con que presentaban  los  impulsos del



                   egoísmo, como el principio último e inconmovible de actuación, y


                   la  necesidad  matemática  con  que  creían poder  derivar  de  la  reali­


                   dad  del egoísmo humano  las  leyes  de  la economía y de  la vida so­



                   cial. La protesta de los  idealistas contra esta reducción del hombre


                   al homo oeconomicus era la eterna protesta de  la  «filosofía de la vida»


                   romántica (de la creencia en ia inagotabiiidad lógica y la incapaci­



                   dad  de  dominar  teóricamente  la  vida)  contra  el  racionalismo  y  el


                   pensamiento que abstrae de la realidad inmediata. La reacción con­


                   tra el utilitarismo fue un segundo romanticismo en el que la lucha



                   contra  la  injusticia  social  y  la  oposición  contra  las  doctrinas  con­


                   cretas  de  la  dismal Science  desempeñaban  un  papel  mucho  menor


                   que la huida del presente, cuyos problemas no se sabía ni se quería


                   tampoco  resolver,  hacia el  irracionalismo de  los  Burke,  de  los  Co-



                   leridge  y  de  los  románticos  alemanes.  La  exigencia  de  una  inter­


                   vención del Estado era, por ejemplo,  en Carlyle lo mismo el  signo


                  de  tendencias  antiliberales  y  autoritarias  que  ia  expresión  de  un


                  sentimiento  humanitario  y  altruista,  y  en  su  queja de la atomiza­



                  ción de la sociedad se expresaba tanto el deseo de comunidad como


                   la nostalgia de un guía al  que se amara y temiera.


                             Después del fin del florecimiento del romanticismo inglés co­


                   mienza,  hacia  1815,  un  racionalismo antirromántico,  que  alcanza



                  su  punto  culminante  con  la  reforma  electoral  de  1832,  el  nuevo


                   Parlamento y la victoria de la burguesía. La burguesía triunfante se


                  vuelve cada vez más conservadora y opone a los esfuerzos democrá­



                  ticos una reacción que vuelve a tener un carácter esencialmente ro­


                  mántico. Junto  a  la  Inglaterra  racionalista  aparece  una  Inglaterra






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