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Historia social  de  la literatura y el  arte







             res,  sino  también  el  hombre  corriente  y  práctico  ligado  a  la  vida



             profesional  ordinaria  piensan  de  manera  racionalista  y  antitradi-


             cionalista.  La literatura de la época está, sin embargo,  llena de una


             nostalgia romántica,  de  un  anhelo por la  Edad  Media y  la utopía,


             en el que no tienen valor alguno las leyes de la economía capitalis­



             ta,  la  comercialización,  la  objetivación  y  eliminación  de  la  magia


             de  la vida.  El  feudalismo  de  Disraeli  es  romanticismo político;  el


             Movimiento de Oxford, romanticismo religioso;  la crítica cultural



             de Carlyle, romanticismo social;  la filosofía del arte de Ruskin, ro­


             manticismo estético.  Todas  estas doctrinas  y  orientaciones  niegan


             el  liberalismo  y  el  racionalismo  y  buscan  refugio  contra  los  pro­


             blemas  del presente  en un orden  superior,  sobrepersonal,  sobrena­



             tural, en un estado que dura y no está sometido a la anarquía de la


             sociedad liberal e individualista.  La voz más resonante y seductora



            es  la  de  Carlyle,  el  primero y  más  original  de  los  matarratas que


            prepararon el camino para Mussolini y Hitler.  Pues por importan­


             te y  fecunda que fuera en ciertos aspectos  la influencia procedente


             de  él,  y  por  mucho  que  sea  lo que  el  presente  le  deba en  su  lucha



            por el valor psicológicamente inmediato de las formas de la cultu­


             ra, él fue por cierto una cabeza confusa que, con  las  nubes de pol­


            vo y de  humo de su charlatanería sobre la infinitud y la eternidad,



            su moral del superhombre  y su mística del  héroe,  oscureció y veló


            la realidad para muchas generaciones.


                       Ruskin es el heredero inmediato de Carlyle; toma de él sus ar­


            gumentos contra el industrialismo y el liberalismo, repite sus que­


            jas sobre la supresión del alma y de lo divino en  la cultura moder­



            na, comparte su entusiasmo por la Edad Media y la cultura común


            del  Occidente  cristiano,  pero  transforma  el  culto  abstracto  de  su


            maestro  al  héroe en un claro culto a la belieza; y su vago romanti­



            cismo social, en un idealismo estético con misiones concretas y ob­


             jetivos  claramente  definibles.  Nada demuestra el  valor actual  y  la


            vinculación  a  la  realidad  de  las doctrinas  de  Ruskin  mejor que eí


            que pudiera convertirse en  el  portavoz  de  un  movimiento  tan  re­



            presentativo como  el  prerrafaelismo.  Sus  ideas  e  ideales,  y  en pri­


            mer lugar su repugnancia frente al arte del Renacimiento, frente a


             la forma grande, amplia, satisfecha y dueña de sí misma, así como






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