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Naturalismo e  impresionismo







                              El  prerrafaelismo  fue  un  movimiento  estético,  un  culto  extre­



                    mado de  la belleza,  una fundamentación de la vida sobre la base del


                    arte, pero no ha de identificarse con el «arte por el arte» en mayor me­


                    dida que la propia filosofía de Ruskin. La tesis de que el supremo va­


                    lor del arte consiste en la expresión de  «un alma buena y grande» 124



                    estaba  de  acuerdo  con  la  convicción  de  todos  los  prerrafaeiistas.  Es


                    verdad que eran formalistas y superficiales, pero vivían en la creencia


                    de que su juego con las formas tenía una finalidad superior y un efec­



                    to educativo elevador del hombre. Hay exactamente tan gran contra­


                    dicción entre su esteticismo y su moralismo como entre su arcaísmo


                    romántico  y  su  tratamiento  naturalista  de  los  pormenores ,2\   Es  la


                    misma contradicción victoriana, que también se encuentra en los es­



                    critos de Ruskin; su entusiasmo epicúreo por el arte no es siempre en


                    modo  alguno  compatible  con  el  evangelio  social  que  proclama.  De


                    acuerdo con este evangelio,  la belleza perfecta sólo es posible en una



                    comunidad en la que la justicia y  la solidatidad  reinen de modo ab­


                    soluto. El gran arte es la expresión de una sociedad moralmente sana;


                    en una época de materialismo y mecanización, el sentido de la belle­



                    za y la aptitud para crear arte de elevada calidad deben marchitarse.


                               Carlyle ya había aducido contra la sociedad capitalista moder­


                    na el cargo de que embota y mata las almas de  los hombres con su



                     «vínculo del cobro» y sus métodos mecánicos de producción; Rus­


                    kin repite simplemente las fieras palabras de su predecesor.  Las la­


                    mentaciones  sobre la decadencia del arte  tampoco son  nuevas.  In­


                    cluso desde que apareció  la leyenda de  la Edad de Oro,  el  arte del



                    presente se había siempre sentido como inferior a las creaciones del


                    pasado,  y se  creía que  se  podían  descubrir en él señales de  la mis­


                    ma decadencia, del mismo modo que eran evidentes en la moral de


                     la época.  Pero la decadencia artística nunca había sido considerada



                    como  síntoma de  una enfermedad  que atacase el  cuerpo entero de


                    la sociedad,  y nunca había existido  tan clara certeza de  la relación


                     orgánica entre arte y vida como a partir de Ruskin ’26. Él fue indu­






                               124  Ruskin, The stones of Ventee,  III,  Works,  1904, XI, pág.  201. <Ed.  cast., Las pie­


                    dras de Venecia.)

                               125  H . W.  Singer, Der Prdraffaeíismus in England,  1912, pág.  51.

                               126  Cf. A.  Clucton-Brock,  William Morris.  His  Work and Influence,  1914, pág. 9-






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