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Historia social  de la literatura y el arte







                ta, su apoteosis de la solidaridad humana y del amor, no tienen otro



                sentido que  impedir  un  proceso que  había  de conducir al  nihilis­


                mo de Flaubert;  la novela occidental termina describiendo al  indi­


                viduo enajenado de la sociedad, sucumbiendo bajo el peso de su so­


                ledad;  la  novela  rusa  describe  desde  el  principio  hasta  el  fin  la



                lucha contra  los  demonios  que  llevan  al  individuo  a  separarse del


                mundo y  de la comunidad.  Este rasgo esencial  explica no sólo los


                problemas  de  figuras  como  Raskolnikov  e  Iván  Karamázov,  de



                Dostoievski, o Pedro Besújov y Lewin, de Tolstói,  no sólo el  men­


                saje de amor y de fe de estos escritores, sino el mesianismo de toda


                la literatura rusa.


                           La  novela rusa es  literatura tendenciosa en un sentido mucho



                más  estricto que  ia  novela  occidental.  Los problemas  sociales  ocu­


                pan  en ella  no sólo  un  espacio mayor  y  una posición  más  central,


                sino  que  mantienen  durante  más  tiempo  y  de  manera  más  indis-



                cutida su  predominio  que  en  la  literatura de  Occidente.  La cone­


                xión con las cuestiones políticas y sociales del día es por de pronto


                más íntima que en las obras de los escritores contemporáneos fran­


                ceses e ingleses. El despotismo no ofrece en Rusia a las energías in­



                telectuales  ninguna otra posibilidad que la literatura, y  la censura


                encauza  la  crítica  social  en  las  formas  literarias  como  único  canal


                de desagüe174.  La novela como forma de  crítica social por excelen­



                cia adquiere en consecuencia un carácter activista, pedagógico, in­


                cluso profético, como nunca lo tuvo en Occidente, y los autores ru­


                sos  siguen  siendo  los  maestros  y profetas  de  su pueblo  cuando  los


                literatos en Europa ya se han sumido en una plena pasividad y ais­



                lamiento.  El siglo XIX es para los  rusos la época de su Ilustración;


                conservan el entusiasmo y el optimismo de la época prerrevolucio­


                naria cien años  después de  los  pueblos de Occidente.  Rusia  no ha



                vivido  el  desengaño  de  las  revoluciones  de  Europa,  traicionadas,


                vencidas  y  falsificadas.  De  la  fatiga  que  se  hace  perceptible  en


                Francia e Inglaterra después de  1848, allí no se nota nada.  A la ju­


                venil  inexperiencia de  la nación  y  a la no derrota de  la  idea social



                se debe el que en una época en que el naturalismo en Francia e In­







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