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Historia social de la literatura y el arte
siera demostrar que la disolución general no puede en manera al
guna mantener las diferencias sociales. Cada una de estas escenas
hace el efecto de una pesadilla en la que una m ultitud de personas
se amontona en un espacio increíblemente estrecho, y el carácter de
mal sueño que les es propio muestra qué incómoda fuerza tiene
para Dostoievski la sociedad con sus distinciones de clase y de ran
go, con sus tabúes y sus vetos.
La mayoría de los críticos subrayan la estructura dramática de
las grandes novelas de Dostoievski, pero interpretan ordinaria
mente esta cualidad formal sólo como un medio de producir efec
tos escénicos, y la contrastan con el amplio curso épico que va flu
yendo en las novelas de Tolstói. Pero la técnica dramática no tiene
en Dostoievski sólo la función de crear efectos realzados como el fi
nal de acto, en los que vienen a juntarse los hilos de la acción y es
talla el conflicto amenazador, sino que llena toda la acción de vida
dramática y expresa una visión del mundo completamente distin
ta del sentimiento épico de la vida. El sentido de la existencia no
está para Dostoievski contenido en su temporalidad, ni en el naci
miento y muerte de sus finalidades, ni en los recuerdos e ilusiones,
ni en los años, días y horas, que caen uno tras otro y nos van cu
briendo, sino en aquellos momentos sublimes en que las almas se
desnudan por completo y parecen reducirse a una forma simple e
inequívoca, en los cuales se sienten esenciales y sin problema, se
explican como idénticas consigo mismas y de acuerdo con su des
tino. Que tales momentos existen es el principio en que reposa el
trágico optimismo de Dostoievski, aquella conciliación con el des
tino que los griegos en sus tragedias llamaron katbarm. Aquí resi
de su visión del mundo antitética del pesimismo y el nihilismo de
Flaubert. Dostoievski ha descrito siempre el sentimiento de la ma
yor felicidad y de la más perfecta armonía como vivencia de la in-
temporalidad; así, en primer lugar, el estado de Myshkin antes de
sus ataques epilépticos, y los «cinco segundos» de Kirilov, cuyo
placer, como él subraya, no se podría soportar más tiempo. Para
describir una existencia que culmina en tales momentos, la con
cepción flaubertiana de la novela, fundada por completo en el sen
timiento del tiempo, debía ser cambiada tan esencialmente que el