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                                              Historia social de  la  literatura y el  arte








               burguesa  y  permitir  al  burgués  confiado  el  lujo  de  seguir  en  sus


              equívocos  sueños  ilusos.  Los  personajes  de  Murger  son  habitual­


              mente alegres, un poco frívolos, pero jóvenes de absoluto buen  na­


              tural, que recordarán  su vida bohemia cuando sean viejos como el



              lector burgués recuerda los  bulliciosos años en que él era estudian­


              te.  A los ojos del burgués, esta impresión de lo provisional quitó el


              último  aguijón  a  la  bohemia.  Y Murger  no estaba solo  en  su  opi­



              nión  ni  mucho  menos.  Balzac  describía  también  la  vida  bohemia


              de  los  jóvenes  artistas  como  una etapa de  transición.  «La bohemia


              está compuesta -escribe en  Un prince de la boheme- por gente joven


              que  son  todavía desconocidos,  pero que serán  bien  conocidos y fa­



              mosos algún  día.»


                         En  la época  del  naturalismo,  sin embargo,  no  sólo  la concep­


              ción de Murger,  sino también la vida real de la bohemia es todavía



              un  idilio comparada con la vida de los poetas y artistas de la gene­


              ración siguiente, que se enajenan por sí mismos de la sociedad bur­


              guesa:  los  Rimbaud,  Verlaine, Tristan Corbiére y Lautréamont.  La


              bohemia se había convertido en una partida de vagabundos y fora­



              jidos, en una clase en la que habitan la amoralidad, la anarquía y la


              miseria, en un grupo de desesperados que no sólo rompen con la so­


              ciedad  burguesa, sino con  toda  la civilización europea.  Baudelaire,



              Verlaine y Toulouse-Lautrec son tristes borrachos;  Rimbaud,  Gau-


              guin y Van Gogh, aventureros y desarraigados vagabundos; Verlai­


              ne  y  Rimbaud  mueren  en  el  hospital;  Van  Gogh  y  Toulouse-Lau-


              trec están algún tiempo en un asilo para lunáticos, y  la mayoría de



              ellos  pasa su vida  en  los  cafés,  en  los  cabarets,  en  los  burdeles,  en


              los  hospitales  o  en  la  calle.  Destruyen  en  sí  mismos  todo  lo  que


              pueda ser útil para  la sociedad,  se  exasperan contra  todo lo que da



              permanencia y  continuidad a la vida y se  enfurecen  contra sí mis­


              mos  como si  estuvieran ansiosos de exterminar en  su propia natu­


              raleza todo lo que tienen en común con los demás.  «Me estoy ma­


              tando -escribe Baudelaire en una carta de  1845- porque soy inútil



             a  los  demás  y  un  peligro  para  m í  mismo.»  Pero  no  es  sólo  la


             conciencia de su propia infelicidad lo que le llena,  sino también el


              sentimiento  de  que  la  felicidad  de  los  demás  es  algo vulgar y  tri­



             vial.  «Usted es un hombre feliz -escribe en una carta posterior-. Lo






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