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Historia social de la literatura y el arte
comparten con los románticos y en la que Baudelaire es de nuevo
intermediario, es ia expresión de la misma relación vedada y cul
pable con el amor. Desde luego, es sobre todo la expresión de la re
belión contra la sociedad burguesa y la moral basada en la familia
burguesa. La prostituta es la desarraigada y la proscrita, la rebelde
que se rebela no sólo contra la forma institucional burguesa del
amor, sino también contra la «natural» forma espiritual. Destruye
no sólo la organización moral y social del sentimiento, sino tam
bién las bases mismas del sentimiento. Es fría en medio de las tor
mentas de la pasión, es y se mantiene espectadora por encima de la
lujuria que despierta, se siente solitaria y apática cuando otros es
tán arrebatados y embriagados; es, en suma, el doble femenino del
artista. De esta comunidad de sentimientos y destino surge la com
prensión que los artistas decadentes muestran por ella. Ellos saben
bien cómo ellas se prostituyen, cómo vencen sus más sagrados
sentimientos y qué baratos venden sus secretos.
Esta declaración de solidaridad con la prostituta completa el
extrañamiento de los artistas con respecto a la sociedad burguesa. El
mal escolar se sienta en «el último banco», como decía Thomas
Mann de uno de sus héroes, y siente el alivio que se experimenta
cuando se deja la escena de la contienda pública, y se queda en «el
último banco», despreciado pero sin que le molesten. Sería raro que
en un pensador como Thomas Mann, cuya completa visión de 1a
vida gira en torno a un solo problema central, es decir la posición
del artista en el mundo burgués, incluso esta observación aparente
mente inocua no estuviera relacionada de alguna manera con su in
terpretación del modo de vida del artista. La existencia peculiar que
llevan los artistas, que debe extrañar a la mentalidad burguesa como
carente de toda ambición, es, efectivamente, un «último banco»
que les libera de toda responsabilidad y de toda necesidad de dar
cuenta de sus acciones. De cualquier modo, ía visión enfáticamente
«burguesa» de Thomas Mann, lo mismo que también, por ejemplo,
la «correcta» filosofía social de Henry James, sólo pueden ser com
prendidas como una reacción contra el modo de vida del tipo de ar
tista que ha tomado su puesto ostentosamente en el «último banco»
y con el que la gente rehúsa tener nada que ver.