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Historia social  de  la literatura y el  arte







               mo estético de la época como  «decadencia».  Des Esseintes, fino si­



              barita, es al mismo tiempo el prototipo del décadent exquisito.  Pero


              el  concepto  de  decadencia  contiene  también  rasgos  que  no  están


              necesariamente  contenidos  en  el  de  esteticismo;  así,  ante  todo,  el


              declinar  de  la  cultura  y  el  sentimiento  de  crisis,  esto  es,  la  con­



              ciencia de encontrarse al final de  un proceso vital  y ante  1a disolu­


              ción  de  una  civilización.  La  simpatía  hacia  las  antiguas  culturas,


              cansadas  y  refinadas,  hacia  el  helenismo,  hacia  el  último  período



              romano,  el  rococó y  el  viejo  estilo  «impresionista»  de  los  grandes


              maestros  pertenece  a  la  esencia del  sentimiento de  decadencia.  Es


              cierto que la sensación de  estar ante un cambio de la historia de la


              cultura se tuvo ya con anterioridad; pero en tanto que hasta aquí se



              lamentaba el destino de pertenecer a una cultura envejecida,  como


              hacía por  ejemplo  Musset  todavía,  ahora  se  une  al  concepto  de  la


              existencia vieja y  cansada,  del  exceso de cultivo,  y de  la degenera­



              ción,  la  idea de  una aristocracia espiritual.  Se apodera de  los  hom­


              bres una auténtica embriaguez de ruina,  una sensación que tampo­


              co es nueva ya, pero que ahora es mucho más fuerte que nunca. Son


              innegables las conexiones con el rousseaunianismo, con el tedio by-



              roniano  de  la  vida  y  con  el  afán  de  muerte  del  romanticismo.  El


              mismo abismo atrae a los  románticos y a los decadentes;  el mismo


              placer de destrucción,  de autodestrucción,  los  embriaga.  Pero para



              los decadentes  «todo es abismo», todo está lleno de miedo a la vida


              y de  inseguridad:






                                   Tout plein de vague horreur,  menant on ne  sait oú,







              como dice Baudelaire.







                        «Quién  sabe  si  la verdad  no es  triste»,  decía  Renán;  palabras


             del  más  profundo  escepticismo  que  ninguno  de  los  grandes  rusos


             hubiera  suscrito.  Pues  para  ellos  puede  ser  triste  todo,  menos  la


             verdad.  Pero  cuánto  más  sombrías  son  las  palabras  de  Rimbaud:



              «Lo que no se sabe es  tal vez terrible»  (Le Forgeron).  Se adivina de


             qué  impenetrable  e  inagotable  enigma  se  siente  rodeado  cuando


             añade a continuación:  «Ya lo sabremos.» El abismo, que era para el







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