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Naturalismo e  impresionismo







                 Thomas Mann y Henry James saben, sin embargo, demasiado


       bien  que  el  artista se  ve  obligado  a  llevar  una  existencia  extrahu-



       mana  e  inhumana,  que  los  caminos  de  la vida  normal  no  le  están


       abiertos  y  que  los  sentimientos  humanos  espontáneos,  ingenuos  y


       cálidos  de  los hombres  no  tienen aplicación a sus propios  fines.  La


       paradoja de su suerte consiste en que su tarea es describir la vida de



       la  que  está  excluido.  Esta  situación  trae  consigo  serias  complica­


       ciones,  con  frecuencia  insolubles.  Paul  Overt,  el  más  joven  de  los


       dos escritores que se enfrentan en The Lesson of the Master,  de Henry



      James,  se rebela en vano contra la cruel disciplina monástica a que


       está sujeta una vida dedicada al  arte,  y se  revuelve  en vano  contra


       la renuncia a toda felicidad personal y privada que Henry St. Geor­


       ge, el maestro, les pide. Está lleno de impaciencia y de rencor con­



       tra la tiranía inmisericorde del poder al que él mismo se ha vendi­


       do.  «¿Tú no te imaginas, por casualidad, que yo estoy defendiendo


       el arte?», le replica el maestro.  «Felices las sociedades que no lo co­



       nocen.»  Y el  reproche de  Thomas  Mann al  arte es  igualmente  se-


 1 vero  e  implacable.  Pues  cuando  muestra  que  todas  las  vidas  pro­


       blemáticas,  ambiguas  y  deshonrosas,  todos  los  débiles,  los


       enfermos y degenerados, todos los aventureros, estafadores y crimi­



       nales y, finalmente, incluso Hitler, son parientes espirituales del ar­


       tista 226, formula la más terrible acusación que nunca se haya hecho


       contra el  arte.



                 La época del impresionismo produce dos tipos extraños del ar­


       tista moderno apartado de la sociedad: el nuevo bohemio, y los que


       se  refugian  lejos  de  la  civilización  occidental  en  países  exóticos.


       Ambos son producto del mismo sentimiento, del mismo  «malestar



       en la cultura»;  lo único que ocurre es que mientras  unos eligen  la


       «emigración  interior»,  otros  optan por  la  huida  real.  Pero  ambos


       llevan la misma vida abstracta separada de la realidad  inmediata y



       de  la actividad práctica;  ambos  se expresan en  formas  que inevita­


       blemente  han  de  parecer  cada  vez  más  extrañas  e  ininteligibles  a


       la  mayoría del público.  El viaje a tierras  remotas, como fuga de  la


       civilización moderna, es tan viejo como la protesta bohemia contra








                  226  Thomas Mann,  Kollege Hitler.  Das Tagebuch}  ed. Leopold Schwarzschíld,  1939.





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