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Naturalismo e  impresionismo







                  siento por usted, señor, por ser feliz tan fácilmente. Un hombre tie­



                  ne  que  haber  caído  muy  bajo  para  considerarse  feliz»  22i>  En­
                                                                                                                                                    .

                  contramos  el  mismo  desprecio por  el  sentimiento  de  felicidad  ba­


                  rata  en  la  breve  narración  Las  grosellas,  de  Chéjov.  Y  esto  no  es


                  accidental en el caso de un escritor que siente tanta simpatía por la



                  bohemia.  «Dígame,  ¿por qué lleva usted una vida tan monótona y


                  tan aburrida?»,  pregunta el héroe de una de estas  breves  narracio­



                  nes  sobre artistas a su huésped.  «Mi  vida es  triste,  embotada,  mo­


                  nótona, porque soy pintor, un pez raro, y he sido atormentado toda


                  mi  vida por  la  envidia,  el  descontento y la falta  de  fe  en  mi  obra;


                  soy  siempre  pobre,  soy  un  vagabundo,  pero  usted  es  un  hombre



                  rico y normal,  un propietario, un caballero.  ¿Por qué vive usted de


                  manera  tan vulgar  y  toma usted  tan  poco  de  la vida?» 229.  La vida


                  de la vieja generación de bohemios estaba, al menos, llena de color;



                  pasan  por alto  su  miseria  para  vivir  de  manera  colorista  e  intere­


                  sante.  Pero  los  nuevos  bohemios  viven  bajo  la presión  de  un  abu­


                  rrimiento  embotado,  mohoso  y  sofocante;  el  arte  no  embriaga  ya,


                  sino que sólo narcotiza.



                            Sin embargo, ni Baudelaire ni Chéjov ni los demás tienen idea


                  alguna de en qué infierno podría convertirse  la vida para un  hom­


                  bre como Rimbaud. La cultura occidental tenía que alcanzar el es­



                  tadio de su crisis presente antes de que una vida semejante fuera ni


                  siquiera  concebible.  Un  neurasténico,  un  hombre  que  nunca hace


                  bien,  un haragán, un  hombre totalmente maligno y peligroso que,


                  peregrinando  de país  en país,  se  dedica a rebañar para  sí una vida



                 como profesor de  lenguas,  buhonero,  empleado de  circo,  cargador


                  de muelle, jornalero del campo, marinero, voluntario en el ejército


                  holandés, mecánico, explorador, traficante colonial y Dios sabe qué



                  más; se coge una infección en alguna parte de África,  hay que am­


                  putarle una pierna en un hospital de Marsella, para, a los treinta y


                  siete  años,  morir despedazado  en  medio de  la más  terrible agonía;


                  un genio  que  escribe  poemas inmortales  a ios  diecisiete  años,  que



                  abandona la poesía por completo a los diecinueve y en cuyas cartas





                            2¿fi  Baudelaire, Oeuvresposthumes,  ed. J.  Crépet, I, págs.  223  sigs.

                         .  229  Antón Chéjov, Misstus,  Brzahlung eines Künstlers,  en Meistererzáhlungen,  ed.  Iván

                 Schmeliov,  1946, págs.  551  sigs.






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