Page 434 - Hauser
P. 434
T
Naturalismo e impresionismo
ante todo es precisamente que trata de «hacer de su vida una obra
de arte», es decir algo precioso e inútil, algo que corre libre y pró
digamente, algo consagrado a la belleza, a la forma pura, a la ar
monía de los colores y las líneas. La cultura estética significa el es
tilo de vida propio de la carencia de función y de superfluidad, es
decir el compendio de la resignación y de la pasividad románticas.
Pero ella exagera todavía el romanticismo; renuncia no sólo a la
' vida por causa del arte, sino que busca la justificación de la vida en
el propio arte. Considera la obra de arte como la única indemniza
ción verdadera de las desilusiones de la vida, como la auténtica rea
lización y perfección de la existencia, que es imperfecta e inar
ticulada en sí. Pero esto no significa que la vida opere de manera
más bella y conciliadora en las formas del arte, sino que, como
piensa Proust, el último gran impresionista y hedonista estético,
sólo a través de la memoria, la visión y la experiencia estética llegan
a ser realidad plena. Cuando nos encontramos con los hombres y las
cosas en la realidad no es cuando estamos presentes en nuestras vi
vencias con la mayor intensidad —el «tiempo» y el presente de esta
,
vivencia es siempre «perdido»— sino cuando «volvemos a encon
trar el tiempo», cuando ya no somos actores de nuestra vida, sino
espectadores, cuando creamos obras de arte o disfrutamos de ellas,
es decir cuando recordamos. En Proust posee el arte por primera
vez lo que Platón le había negado: las ideas, el recuerdo apropiado
a las formas esenciales del ser.
El moderno esteticismo como concepción del mundo propia de
la actitud totalmente pasiva y meramente contemplativa frente a la
vida deriva en su fundamento teórico de Schopenhauer, que define el
arte como la liberación de la voluntad, como el sedante que reduce
al silencio los apetitos y pasiones. La concepción estética del mundo
juzga y valora toda la existencia desde el punto de vista de este arte
sin voluntad ni apetitos. Su ideal es un público compuesto por sim
ples artistas, reales o en potencia, por temperamentos artísticos para
los que la realidad constituye simplemente el sustrato de las viven
cias estéticas. El mundo civilizado es para esta concepción un in
menso estudio de artista, y el mejor conocedor del arte es el propio
artista. D ’Alembert dice todavía: «¡Ay del arte cuya belleza existe
435
1