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                                                              Naturalismo e  impresionismo








                     ante todo es precisamente  que  trata de  «hacer de su vida una obra


                     de arte», es decir algo precioso e  inútil, algo que corre libre y pró­


                     digamente,  algo consagrado  a  la  belleza,  a  la  forma  pura,  a  la  ar­


                     monía de los colores y  las líneas.  La cultura estética significa el es­



                     tilo de vida propio de  la carencia de  función y de  superfluidad,  es


                     decir el  compendio de la resignación y de la pasividad  románticas.


                     Pero  ella  exagera  todavía  el  romanticismo;  renuncia  no  sólo  a  la



                   ' vida por causa del arte, sino que busca la justificación de la vida en


                     el propio arte.  Considera la obra de arte como la única indemniza­


                     ción verdadera de las desilusiones de la vida, como la auténtica rea­



                     lización  y  perfección  de  la  existencia,  que  es  imperfecta  e  inar­


                     ticulada  en  sí.  Pero  esto  no  significa  que  la vida  opere  de  manera


                     más  bella  y  conciliadora  en  las  formas  del  arte,  sino  que,  como


                     piensa  Proust,  el  último  gran  impresionista  y  hedonista  estético,



                     sólo a través de la memoria, la visión y la experiencia estética llegan


                     a ser realidad plena. Cuando nos encontramos con los hombres y las


                     cosas en la realidad no es cuando estamos presentes en nuestras vi­



                     vencias con la mayor intensidad —el  «tiempo»  y el presente de esta


                                                                                          ,
                     vivencia es  siempre  «perdido»—  sino  cuando  «volvemos a encon­

                     trar el  tiempo»,  cuando  ya  no  somos  actores  de  nuestra vida,  sino



                     espectadores,  cuando creamos obras de arte o disfrutamos de ellas,


                     es  decir  cuando  recordamos.  En  Proust  posee  el  arte  por  primera


                     vez  lo que Platón le había negado:  las ideas,  el recuerdo apropiado


                     a las formas esenciales del ser.



                                El moderno esteticismo como concepción del mundo propia de


                     la actitud  totalmente pasiva y  meramente contemplativa frente a la


                     vida deriva en su fundamento teórico de Schopenhauer, que define el



                     arte  como  la liberación  de  la voluntad,  como el  sedante  que  reduce


                     al silencio los apetitos y pasiones.  La concepción estética del mundo


                     juzga y valora toda la existencia desde el punto de vista de este arte


                     sin voluntad ni apetitos.  Su ideal es un público compuesto por sim­



                     ples artistas, reales o en potencia, por temperamentos artísticos para


                     los que  la realidad constituye simplemente el  sustrato de las viven­


                     cias  estéticas.  El  mundo  civilizado  es  para  esta  concepción  un  in­



                     menso estudio de artista, y el mejor conocedor del arte es el propio


                     artista.  D ’Alembert  dice  todavía:  «¡Ay  del  arte  cuya  belleza  existe






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