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Historia social de  la literatura y  el  arte







              nidad, a la vida creadora, a Dios.  La gente se ha vuelto tal vez más


              religiosa, pero en modo alguno más sincera.



                        Se despotrica  contra los misterios del ser y  la profundidad de


              las almas; se llama a lo razonable vulgar y se quiere investigar, adi­


             vinar, lo desconocido e incognoscible. Se confiesan «ideales ascéticos»



              negadores  del  mundo;  se  omite  sólo  preguntar con  Nietzsche  por


             qué se los necesita. El simbolismo es la más celebrada tendencia del


             día; Verlaine y Mallarmé están en el centro del interés de todos. Los


              nombres  más grandes del  movimiento romántico,  Chateaubriand,



             Lamartine,  Vigny,  Mérimée,  Gautier,  George Sand,  no  se  mencio­


             nan  en absoluto  en las  respuestas que Huret  obtiene215.  Se descu­


             bre  de  este  modo  a  Stendhal  y  Baudelaire,  la gente  se entusiasma



             con  Villiers  de  l’Isle-Adam  y  Rimbaud,  predomina  la  moda de  la


              novela rusa, del prerrafaelismo inglés y de la filosofía alemana.  Pero


             el  efecto  más  profundo  y  más  fecundo proviene  de  Baudelaire;  es


             considerado el precursor más importante de la poesía simbolista y,



             sobre todo, el creador de la lírica moderna. Él es quien vuelve a lle­


             var a la generación de Bourget y Barres,  Huysmans y Mallarmé al


             camino del  esteticismo romántico y le enseña a combinar el nuevo



             misticismo con el antiguo fanatismo del arte.


                        El  esteticismo  alcanza  en  el  período  del  impresionismo  el


                                                                                                                                                       l
             punto  culminante  de  su  desarrollo.  Sus  señales  características  —a

             actitud pasiva, meramente contemplativa, ante la vida, la fugacidad



             y  la ausencia de  todo  compromiso de  las  vivencias y del sensualis­


             mo  hedonístico- constituyen  ahora los  criterios  del  arte por exce­


             lencia. Ahora la obra de arte es considerada no sólo como finalidad,



             no sólo como juego suficiente por sí mismo, cuyo encanto es natu­


             ral  que  sea destrozado por  todo objetivo extraño, ajeno a la estéti­


             ca,  no sólo  como  el más  bello  regalo de  la vida, para cuyo disfrute


             hay que prepararse previamente con una entrega total, sino que, en



             su  autonomía,  en  su  falta  de  consideración  para  todo  lo  que  está


             fuera de  su propia  esfera,  se convierte en  modelo  de  la vida,  o  sea


             de  la vida de  un diletante,  que ahora,  en la valoración de poetas y



             escritores, comienza a desplazar a los héroes espirituales del pasado


             y se convierte  en  figura ideal del fin de siécle.  Lo que lo caracteriza



                        20  J a  Íes  H u ret,  E?iquéte sur l'évolution  littéraire,  1891,  págs.  X V I  sig.





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