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Naturalismo e  impresionismo







                      brio  inestable  y  precario,  al  prejuicio  de  la  vida  de  los  instintos,



                      principalmente los impulsos eróticos, dejando completamente a un


                      lado la parte desempeñada por la inseguridad económica, la falta de


                      triunfo social y de influencia política.  Las  neurosis  indudablemen­



                      te son parte del precio que tenemos que pagar por nuestra cultura,


                      pero son  sólo una parte,  y con  frecuencia sólo  una forma secunda­


                      ria  de  nuestro  tributo a  la sociedad.  Freud,  como consecuencia  de


                      su estricta concepción científica del  mundo, es  incapaz de apreciar



                      los factores sociológicos en  la vida espiritual del hombre, y aunque


                      él discierne en el superego el  representante judicial  de  la sociedad,


                      niega al  mismo tiempo que la evolución social  pueda traer a nues­



                      tra constitución  biológica e  instintiva cambios  esenciales.  Las  for­


                      mas culturales no son para él productos histórico-sociológicos, sino


                      las  manifestaciones  más  o  menos  mecanizadas  del  instinto.  En  la


                      sociedad  burguesa capitalista se  expresan  instintos  eróticos  anales,



                      las guerras son obra del instinto de muerte, y la desazón de vivir en


                      una sociedad civilizada se funda en  la represión de  la  libido.


                                Incluso  la  teoría  de  la  sublimación,  que  es  una  de  las  más



                      grandes  conquistas  del  psicoanálisis,  lleva a una grave  simplifica­


                      ción y a una forma grosera de!  concepto de cultura,  cuando afirma


                      que el instinto sexual es la única, o incluso la más importante fuen­


                      te del  trabajo creador intelectual. Los marxistas tienen razón cuan­



                      do reprochan al psicoanálisis que se mueve, con su método históri­


                      co y no sociológico, en  un espacio vacío, y que mantiene en la idea


                      de una constante naturaleza humana todavía un resto del idealismo



                      conservador.  Por el contrario,  en su otra objeción de que el psicoa­


                      nálisis es  la creación de la burguesía decadente  y que debe perecer


                      con  ella,  es  excesivamente dogmático.  ¿Pues  qué  poseemos  en  los


                      valores  intelectuales  vivientes,  incluido  el  materialismo  histórico,



                      que no sea creación de esta cultura  «decadente»? Si el psicoanálisis


                      es  un  fenómeno decadente,  lo es  también toda la novela naturalis­


                      ta y todo el arte impresionista, pues es decadente todo lo que  lleva



                      el sello de  la discordia del siglo XIX.


                                Thomas Mann señala que Freud, a través de su material de in­


                      vestigación  del  subconsciente,  de  las  pasiones,  instintos  y  sueños,


                      está  profundamente  unido  al  irracionalismo  de  comienzos  de  si­







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