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Historia social de la literatura y el  arte







            lucha contra  todo  convencionalismo,  pero  en  su  patria,  donde  sus



            opiniones  políticas  se  veían  en  un  contexto  más  adecuado,  se  lo


            consideraba, en contraste con el radical Bjornson, como el gran es­


            critor conservador. En el extranjero se juzgaba más justamente sólo


            su significación histórica. En Noruega se le tenía por una de las po­



            cas figuras representativas de la época, si no la única, que podía ser


            comparada con Tolstói.  También él, como el mismo Tolstói, debió


            su reputación e influencia no tanto a su obra literaria como a su ac­



            tividad  agitadora  y  pedagógica.  Se  veneraba  en  él,  sobre  todo,  al


           gran  predicador  moral,  al  acusador  apasionado  y  al  defensor  im ­


           perturbable de  la verdad, para el cual  la escena no era más que un


           medio  para  un  fin  más  alto.  Pero  como  político,  Ibsen  no  tenía



           nada positivo que decir a sus  contemporáneos.  A través de toda su


           concepción  del  mundo  hay  una  profunda  contradicción:  luchaba


           contra  la  moral  convencional,  contra  los  prejuicios  burgueses  y



           contra  la sociedad  dominante,  en  nombre  de  la  idea  de  una  liber­


           tad en cuya realización no creía él mismo. Era un cruzado sin fe, un


           revolucionario  sin  idea  social,  un  reformador  que  se  convirtió  fi­


           nalmente en un amargo fatalista.



                      Al fin se detuvo donde se habían detenido el Frenhofer de Bal­


           zac o Rimbaud  y Maliarmé.  Rubek,  el  héroe  de su último drama,


           la encarnación más pura de su idea del artista,  reniega de su obra y



           siente  lo  que  desde  el  romanticismo  había  sentido  más  o  menos


           todo  artista,  que  había perdido  la vida por vivir sólo para  el  arte:


           «¡Una  noche  de  verano  en  las  montañas  contigo,  contigo,  írene,


           esto hubiera sido la vida!»  En esta expresión está contenida la con­



           denación  de  todo  el  arte  moderno.  De  la apoteosis  de  las  «noches


           de verano»  de  la vida se ha hecho una sustitución  insatisfactoria y


           un opio que embota los sentidos y hace al hombre incapaz para dis­



           frutar de la vida directamente.


                     El  único  discípulo  verdadero  y  sucesor  de  Ibsen  es  Shaw,  el


           único que continúa efectivamente la lucha contra el  romanticismo


           y profundiza la gran discusión europea del siglo.  El desenmascara­



           miento  del  héroe  romántico,  la  remoción  de  la  fe  en  los  grandes


           gestos  teatrales  y  trágicos  se  consuman en  él.  Todo  lo  meramente


           decorativo,  lo grandiosamente heroico,  lo sublime y lo idealista se







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