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                                                               Naturalismo e  impresionismo








                       te a su Brand, a su Peer Gynt y a su Gregers Werle.  La  «exigencia


                       ideal»,  ajena a  la realidad,  de  sus  románticos  se  revela  como  puro


                       egoísmo cuya dureza apenas puede ser mitigada por la ingenuidad


                       de  los  propios  egoístas,  Don  Quijote  mantenía  en  vigor  su  ideal



                       ante  todo  contra sus  propios  intereses;  los  idealistas  de  Ibsen, por


                       el  contrario,  se  caracterizan  simplemente  por  su  intolerancia para


                       con  los demás.



                                 Ibsen  debió su  fama en  Europa  al  mensaje  social  de  sus  dra­


                       mas,  que en última instancia era  reductible  a  una sola idea:  el de­


                       ber del  individuo para consigo mismo, la tarea de autorrealización,


                       la imposición de la propia naturaleza contra los convencionalismos



                       mezquinos,  estúpidos  y pasados de moda de  la sociedad  burguesa.


                       Fue  su  evangelio  del  individualismo,  su  glorificación  de  la perso­


                       nalidad soberana y su apoteosis de la vida creadora, esto es, otra vez



                       un  ideal  más  o  menos  romántico,  lo  que  imprimió  la  huella  más


                       profunda en la juventud, y  no sólo era fundamentalmente afín a la


                       idea del superhombre de Nietzsche y al vitalismo de Bergson,  sino


                       que encontró todavía eco en el mito de la energía vital de Shaw.  Ib-



                       sen  era  en  el  fondo  un  individualista anarquista que veía  en  la  li­


                       bertad personal el valor supremo de la vida, y de ahí partía para su


                       idea de que el  individuo libre,  independiente por completo de tra­



                       bas externas, puede hacer mucho más por sí mismo, mientras que la


                       sociedad puede hacer  muy  poco por él.  Su  idea de  la autorrealiza­


                       ción  de  la  personalidad  tenía  en  sí  una  gran  significación  social,


                       pero  la  «cuestión  social»,  en  sí,  apenas  si  le  preocupaba.  «Real­



                        mente  nunca  he  tenido  para  la  solidaridad  un  sentimiento  muy


                       fuerte»,  escribe  en  1871  a  Brandes 262.  Su  pensamiento  giraba  en


                        torno  a  problemas  éticos  privados;  la  misma  sociedad  era  para  él



                       simplemente  la  expresión  del  principio  del  mal.  No  veía  en  ella


                       otra cosa que el dominio de la estupidez, del prejuicio y de la fuer­


                        za.  Finalmente,  alcanzó  aquella  moral  señorial  aristocráticamente


                        conservadora que representó del modo más claro en Rosmersbolm.  En



                        Europa,  Ibsen  fue  considerado  como  un  espíritu  completamente


                        progresista por  su modernidad,  su  antifilisteísmo  y  su  exasperada







                                  262  Ibsen, Samtl.  Werke.  X, pág.  169.






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