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Historia  social  de  la  literatura y el  arte







              tro  adecuado  a  las  verdaderas  necesidades  espirituales,  y  la  ambi­


              ción  de  crear  un  «teatro  de  masas»  para  las  masas,  que  existían,

                                                            I
              efectivamente, pero  no constituían  un público teatral. Lo típico de


              toda esta confusión de ideas fue que,  en vez del  naturalismo surgi­


              do  de  la concepción democrática del  mundo,  fue presentado  como


              estilo  adecuado  al  futuro  teatro  popular  el  clasicismo  de  la  vieja



              aristocracia y de la burguesía.


                        El  reproche más serio  que  se hacía al  nuevo drama era el de  su


             determinísmo y  su  relativismo,  inseparables  de  la concepción  natu­



              ralista del  mundo.  Se  acentuaba  que  donde  no  hay  libertad  interna


              ni externa,  ni valores absolutos,  ni  reglas morales objetivas, de valor


              universal e indiscutible, no es posible tampoco un drama auténtico,


             o sea trágico.  El determinismo de las normas morales y la compren­



             sión  para  puntos  de  vista  morales  antitéticos  excluyen  a priori  un


             conflicto dramático.  Cuando  todo puede ser  comprendido  y  perdo­


             nado,  entonces  el  héroe  que  lucha a vida  o  muerte  produce  necesa­



             riamente la impresión de un loco testarudo, el conflicto pierde su ne­


             cesidad y el drama adquiere un carácter tragicómico y patológico 258.


                        Todo  este  proceso  mental  está  lleno  de  confusión  de  ideas,


             seudoproblemas y sofismas.  Ante codo, se identifica aquí al drama



             trágico  con  el  drama  por  excelencia,  o  ai  menos  se  lo  presenta


             como su forma ideal, y con esto se expresa un juicio valorativo que


             es  en  sí  muy  relativo,  pues  está  condicionado  sociológica  e



             históricamente. En realidad no sólo el drama no trágico, sino tam ­


             bién el drama sin conflicto es  una forma teatral  totalmente legíti­


             ma,  puesto  que  es  perfectamente  compatible  con  una visión  rela­


             tivista  del  mundo.  Pero  incluso  si  se  considera  el  conflicto  como



             un  elemento  indispensable  del  drama,  es  difícil  ver  por qué pue­


             den  ventilarse  conflictos  estremecedores  exclusivamente  donde


             hay valores absolutos.  ¿No es igualmente estremecedor cuando los



             hombres  luchan por sus  principios  morales  ideológicamente con­


             dicionados?  E  incluso  si  su  lucha  es  necesariamente  tragicómica,


             ¿no  es  lo  tragicómico,  en  un  período  de  racionalismo  y  de  relati­


             vismo, uno de los efectos dramáticos más fuertes?  Pero sobre todo








                       v>% Paul Ernst, Der Weg zur Farm,  1928,  3.a ed.,  págs.  42  sig,





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