Page 466 - Hauser
P. 466
1
Naturalismo e impresionismo
cutidos, las experiencias descritas, se sucedieran sin fin como si la
representación no hubiera de acabar nunca. Reprochaban al drama
naturalista «no haber surgido de una consideración del destino,
personaje y acción, sino de una reproducción detallada de la reali
dad» 257, pero realmente lo ocurrido no es otra cosa sino que la mis
ma realidad, con sus limitaciones concretas, ha sido sentida como
destino, y que por «personaje» ya no se entiende una figura escé
nica inequívoca y, en el viejo sentido de ia palabra, «sin carácter»,
que era, como explicaba Strindberg en su prólogo a La señorita J u
lia en 1888, producto de las circunstancias, la herencia, el am
biente, la educación, la disposición natural, las influencias del lu
gar, la estación y la casualidad, y cuyas decisiones no tenían un
motivo único, sino toda una serie de motivos.
En la preponderancia en el drama de la interioridad, el estado
de ánimo, la atmósfera y el lirismo sobre ia acción, encontramos la
misma eliminación de los elementos de narración que en la pintu
ra impresionista. Todo el arte de la época muestra una tendencia a
la psicología y al lirismo, y la huida de la narración, la sustitución
del movimiento externo por otro interno, de la acción por una con
cepción del mundo y una interpretación de la vida, puede ser de
signada precisamente como rasgo fundamental de la nueva tenden
cia artística que se impone por todas partes. Pero mientras que la
pintura anecdótica apenas encontró defensores entre los críticos de
arte, los críticos dramáticos protestaron del modo más enfático
contra el olvido de la acción en el drama, Hablaban, principal
mente en Alemania, de una separación fatal del drama y el teatro,
del papel decisivo de las conveniencias de la escena para la expe
riencia teatral, del carácter multitudinario de esta experiencia y del
absurdo fundamental del teatro íntimo. Los motivos de la oposi
ción contra el teatro naturalista eran de muchas clases; la tenden
cia política reaccionaria no siempre desempeñó el papel principal,
y con frecuencia se expresó sólo con rodeos; más decisivos fueron
los coqueteos con la idea del «teatro monumental» que, otra vez en
Alemania sobre todo, se esgrimieron contra el teatro íntimo, el tea
257 Paul Ernst, Ein Credo, 1912, pág. 227.
467
1