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Historia social  de  la literatura y el  arte








               menos trágico, sin esta intelectualidad de los personajes. Los héroes


               más  ingenuos  e  impulsivos de  Shakespeare se  vuelven  geniales  en


               el  momento  de  la  decisión  de  su  destino.  Los  «dramáticos  deba­



               tes»,  como han sido llamadas  las obras de Shaw, parecían tan indi­


              geribles después de la magra diera intelectual de las  «entretenidas»


               obras que triunfaban entonces, que críticos y público debieron pri­


              mero acostumbrarse a la nueva dieta.  Shaw  se atuvo al  intenciona-



               lismo tradicional  del  diálogo dramático mucho  más  estrictamente


              que  sus  antecesores,  pero  ningún  público  estaba  más  intrínseca­


               mente preparado para disfrutar con tal ofrecimiento que los inteli­



              gentes  espectadores  teatrales de  finales de siglo.  Y se divertían sin


              vacilar,  incluso  con  las  acrobacias  intelectuales  que  se  les  ofrecía,


               tan  pronto  como  se  convencieron  de que  los  ataques  de  Shaw  a  la



              sociedad  burguesa  no  eran  ni  con  mucho  tan  peligrosos  como  pa­


               recían y, sobre todo,  de que él no quería quitarles su dinero. Al fin


              y al cabo resultaba que él se sentía en io fundamental solidario con


              la  burguesía, y era simplemente el  portavoz de aquella autocrítica



              que  había  sido  desde  siempre  uno  de  los  hábitos  intelectuales  de


              esta clase.


                         La psicología que señala la dirección a la concepción del mun­



              do  de  finales  de  siglo  es  una  «psicología de  develamiento».  Tanto


              Nietzsche como  Freud  parten de  la suposición de que  la vida ma­


              nifiesta de la mente,  esto es,  lo que  los hombres conocen y preten­


              den  conocer  sobre  tas  razones  de  su conducta,  es  solamente el  dis­



              fraz y la deformación de los verdaderos motivos de sus sentimientos


              y  acciones.  Nietzsche  explica  el  hecho  de  esta  falsificación  por  la


              decadencia que  ha  podido  evidenciarse desde  el  advenimiento  del



              cristianismo  y  por el  intento de presentar  la debilidad y  los resen­


              timientos  de  la  humanidad  degenerada como  valores  éticos,  como


               ideales  altruistas y ascéticos.  Freud  interpreta el fenómeno del au-


              toengaño, que Nietzsche devela con ayuda de su crítica histórica de



              la civilización,  a  través  del  análisis  psicológico  individual,  y  esta­


              blece  que  detrás  de  la  conciencia  de  los  hombres,  como  auténtico


              motor  de  sus  actitudes  y  acciones,  está  el  subconsciente,  y  que


              todo  pensamiento  consciente  es  sólo  la  envoltura  más  o  menos



              transparente de los instintos que constituyen el contenido del sub­






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