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Rococó,  clasicismo y  romanticismo







                   sía y  la  masa  informe  de  los  pobres,  de  los  oprimidos y  los parias.


                   Es  verdad  que  los  «filósofos»  de  la  Ilustración adoptaban con  fre­



                   cuencia  el  partido  del  pueblo,  pero  aparecían  simplemente  como


                   sus  intercesores  y  protectores.  Rousseau  es  el  primero  que  habla


                   como  uno  de  los  del  pueblo  mismo,  y  que  habla  también  por  sí


                   mismo cuando está  hablando por el pueblo;  no sólo excita a la re­



                   belión,  sino que es  él  mismo un  rebelde.  Sus predecesores  eran re­


                   formadores, arbitristas,  filántropos;  él es el primer auténtico  revo­


                   lucionario.  Ellos  odiaban  el  «despotismo»,  luchaban  contra  la



                   Iglesia y la religión positiva, se entusiasmaban por Inglaterra y por


                   la libertad, pero llevaban la vida propia de las clases superiores y se


                   sentían  componentes  de  ellas  a pesar  de  sus  simpatías  democráti­


                   cas; Rousseau,  por el contrario,  no sólo está al lado de  los  más po­



                   bres  y  los  más  bajos,  no  sólo  lucha  por  la  igualdad  absoluta,  sino


                   que sigue siendo toda su vida el pequeñoburgués que era por naci­


                   miento  y  el  déclassé en  que  las  circunstancias  de  su vida  le  habían



                   convertido.


                             Rousseau aprendió a conocer en su juventud  la verdadera mi­


                   seria, que ninguno de los señores «filósofos» conocía por propia ex­



                   periencia, y continuó llevando después la vida de un hombre de ios


                   estratos  más  bajos de  la clase  media, y alguna vez  incluso  la de un


                   aldeano.  Antes  de  él,  los  escritores  eran  considerados  como perte­



                   necientes  por sí a los grupos más selectos de  la sociedad,  por bajo


                   que fuera su origen; por profunda que pudiera ser  su  simpatía  ha­


                   cia el pueblo, habían tratado más bien de callar su procedencia del


                   pueblo  que  de  exhibirla.  Rousseau,  por  el  contrario,  acentúa  en



                   toda ocasión que él no tiene  nada absolutamente en común con las


                   clases  superiores.  Si  esto  es  simplemente  «orgullo  plebeyo»  y  se


                   trata nada más que de un mero resentimiento, puede quedar sin re­



                   solver; lo definitivo es que entre Rousseau y sus contrarios no exis­


                   ten simplemente diferencias de mentalidad, sino vitales antagonis­


                   mos de clase. Voltaire decía de Rousseau que quería hacer que toda


                   la humanidad civilizada se arrastrase de nuevo a cuatro pies, y ésta



                   debió de ser también la opinión de  todas las clases superiores edu­


                   cadas y conservadoras. Para ellos Rousseau era no sólo un loco y un


                   charlatán,  sino  también  un  peligroso  aventurero  y  un  criminal.







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