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Rococó,  clasicismo y  romanticismo







                   brimiento  de esa  tensión  es  la  hazaña de  Rousseau,  que  hace  épo­



                   ca. El peligro de su enseñanza, sin embargo, consistía en que, en su


                   actitud decidida en favor de la vida y contra la historia, con su fuga


                   hacia el estado de  naturaleza,  que  no  era otra cosa que un  salto en



                   lo  desconocido,  preparaba  el  camino  a  aquella  nebulosa  «filosofía


                   de la vida»  que, desesperada por la aparente  impotencia del pensa­


                   miento racional,  empujaba al  suicidio de  la razón.



                             Las  ideas de Rousseau estaban en el aire; él expresaba simple­


                   mente  lo  que muchos  de sus  contemporáneos  sentían;  es  decir,  és­


                   tos  estaban  enfrentados  con  una disyuntiva y  tenían  que  decidirse


                   por el volterianismo con su  racionalidad y  su  respetabilidad, o por



                   el  abandono de  las  tradiciones  históricas y  un  comienzo  nuevo  to­


                   talmente. La historia de la gran cultura europea no conoce relación


                   personal  alguna  de  tan  profunda  significación  simbólica  como  la



                   existente  entre  Voltaire  y  Rousseau.  Estos  dos  contemporáneos


                   -aunque  no  fueran  precisamente  miembros  de  la  misma  genera­


                   ción-,  que  estaban  unidos  por  infinitos  lazos  objetivos  y  persona­


                   les,  que  tenían  comunes  amigos  y  seguidores,  que  fueron  ambos



                   colaboradores  de  una  empresa  literaria  tan  agudamente  perfilada


                   en  cuanto a su  ideología como  la Encyclopédie,  y pueden  ser consi­


                   derados  como  los  dos  precursores  más  influyentes  de  la  Revolu­



                   ción,  estaban  en  orillas  opuestas  de  la gran  divisoria que  separaba


                   la Europa moderna,  individualista y anárquica, de un mundo en el


                   que los lazos de la vieja cultura formalista no  habían  sido comple­


                   tamente rotos todavía.  El naturalismo de Rousseau significa la ne­



                   gación de todo lo que formaba para Voltaire la quintaesencia de la


                   cultura,  sobre  todo  de  las  limitaciones  del  subjetivismo  todavía


                   compatible con  las  reglas  de  la decencia y el  propio decoro.  Antes



                   de  Rousseau,  excepto  en  ciertas  formas  de  la  lírica,  un  poeta  ha­


                   blaba  de  sí mismo  sólo  indirectamente;  después  de  él,  el  escritor


                   apenas  habla de otra cosa que  de sí mismo  y  lo hace  de  la manera


                   más  descarada.  Entonces surge  por vez  primera aquel  concepto  de



                   la literatura vivida y confidencial, que también pata Goethe era de­


                   cisivo  cuando  declaraba  de  sus  obras  que  todas  ellas  no  eran  otra


                   cosa que  «fragmentos de  una gran confesión».



                             La  manía de  la autoobservación  y de  la autoadmiración  en  li­






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