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I
Historia social de la literatura y el arte
que un medio de acentuar el cambio de la atención de fuera a den
tro. La disminución de la distancia entre el sujeto y el objeto se
convierte de ahora en adelante en la meta principal de todo esfuer
zo literario. Con ia aspiración a esta carencia de distancia psicoló
gica cambian totalmente las relaciones existentes entre el autor, el
héroe y el lector. No sólo cambia la relación entre el autor y su pú
blico y las figuras de su obra; cambia también la actitud del autor
para con esras figuras. El autor hace del lector un confidente, y di
rige sus palabras a él en una forma directa, vocativa, por así decir
lo. Su tono es apocado, nervioso, reprimido, como si hablase siem
pre de sí mismo. Se identifica siempre con su héroe y desdibuja los
límites entre ficción y realidad. Crea para sí y sus figuras un reino
intermedio que tan pronto está alejado del mundo del lector como
está confundido con él. La actitud de Balzac para con los persona
jes de sus novelas, de los que acostumbraba hablar como de amis
tades personales, tiene aquí, sobre todo, su origen. Richardson se
enamora de sus heroínas y derrama amargas lágrimas por su desti
no; pero también sus lectores hablan y escriben sobre Pamela, Cla
risa y Lovelace como si fueran verdaderas personas vivas 77. Surge
una intimidad hasta ahora desconocida entre el público y los hé
roes de las novelas; el lector no sólo les presta una existencia más
amplia de la comprendida en los límites de la obra correspondien
te, no sólo les coloca en situaciones que no tienen nada que ver con
la obra en sí, sino que les relaciona constantemente con su propia
vida, sus propios problemas y proyectos, sus propias esperanzas y
desilusiones. Su interés por ellos se vuelve meramente personal,
y al fin sólo puede comprenderlos en relación con su propio yo.
Naturalmente, también antes se habían tomado como mode
lo los héroes de las grandes novelas caballerescas y de aventuras;
eran ideales, es decir idealización de hombres reales e imagen ideal
para hombres de carne y hueso. Pero nunca se le había ocurrido ai
lector ordinario medirse con la medida de ellos y apropiarse de sus
privilegios. Los héroes se movían de antemano en una esfera dis
tinta que él; eran figuras míticas y tenían, en lo bueno y en lo
77 W. L. Cross, op. cit., pág. 33-
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