Page 35 - Los caminos de Virginia
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trataré de demostrar que su pensamiento permea todo el poemario de Ospina y que es el

                  espíritu que está presente y se mueve a través de sus páginas.


                  En su exploración filológica titulada El origen de la tragedia, Nietzsche observa en la estética

                  griega de la época de  Homero dos  manifestaciones contrapuestas, pero que a su vez

                  funcionan como elementos armónicos. Por un lado, el arte se manifiesta como una fuerza

                  apolínea, pero se  encontrará posteriormente con la actitud dionisiaca. Lo “apolíneo”

                  Nietzsche lo relaciona de forma íntima con el ensueño y la apariencia: “Apolo, en cuanto

                  dios de todas las facultades creadoras de formas, es al mismo tiempo, el dios adivinador. Él,

                  desde su origen es “la apariencia” radiante, la divinidad de la luz; reina sobre la apariencia


                  plena de belleza del mundo interior de la imaginación” (1980, 25). Interpreto lo apolíneo en
                  el arte como la actitud contemplativa del artista o del poeta con la cual encuentra en la


                  naturaleza una cifra (porque es algo que aparece ante nosotros, pero no podemos acceder a
                  ella, es una “apariencia”), con la que encuentra entre él y la naturaleza el velo de Maia que


                  ha de correr para poder acceder a la verdad. El poeta adopta la posición de un adivino, de la

                  sacerdotisa de un oráculo, de mediador. Lo que sucedió con aquel griego contemplativo es

                  lo que Nietzsche relata  del Rey Midas cuando logró alcanzar a Sileno en un bosque. Al

                  preguntarle sobre qué debería preferir  entre las demás cosas,  el viejo Sileno respondió:

                  “Raza efímera y miserable, hija del azar y del dolor, ¿Por qué me fuerzas a revelarte lo qué

                  más te valiera no conocer? Lo que debes preferir a todo es, para ti, lo imposible: es no haber

                  nacido, no “ser”, ser la “nada”. Pero después de esto, lo mejor que puedes desear es… morir

                  pronto” (1980, 33). De acá se desprende, por un lado, el estado de pequeñez del hombre que

                  le revela la misma naturaleza con respecto a ella misma. Este ser del bosque, compañero de

                  Dionisio, hace sentir al hombre toda su finitud y sus límites frente a lo infinito, le afirma

                  que es imposible conocer los secretos de la naturaleza. Por el otro lado, el “horror sagrado”

                  que el oyente, el curioso, aquel que contempla, siente al ser consciente de su finitud y de su

                  capacidad de angustia. De manera que el hombre se acoge a lo que Nietzsche denomina el



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