Page 115 - El fin de la infancia
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George reunió bastante energía como para sonreír.
               —Sí —dijo—. Dentro de un par de semanas ni notaré que existe esta loma.
               No lo creía de veras, pero era perfectamente cierto. Pasó otro mes sin embargo

           antes que Jean dejara de extrañar el coche y descubriese todo lo que se podía hacer en
           una cocina.
               Nueva Atenas no había aparecido de un modo natural y espontáneo como aquella

           otra ciudad del mismo nombre. Todo en la isla había sido planeado deliberadamente,
           como  consecuencia  del  estudio  emprendido  durante  varios  años  por  un  grupo  de
           hombres notables. El proyecto había comenzado como una conspiración contra los

           superseñores, un implícito desafío a su política, si no a su Poder. En un principio los
           fundadores de la colonia habían tenido casi la seguridad de que Karellen se opondría
           totalmente, pero el supervisor no había hecho nada, nada en absoluto. Esto no había

           tranquilizado a nadie. Karellen disponía de mucho tiempo: podía estar preparando un
           contragolpe.  O  estaba  tan  seguro  del  fracaso  del  proyecto  que  no  había  creído

           necesario intervenir.
               Casi todos habían predicho que la colonia iba a fracasar. Sin embargo, aun en el
           pasado,  mucho  antes  de  que  se  conociese  realmente  la  dinámica  social,  habían
           existido  numerosas  comunidades  dedicadas  a  fines  determinados,  religiosos  o

           filosóficos. Cierto era que el índice de mortalidad había sido muy alto, pero algunas
           habían llegado a sobrevivir. Y las bases de la nueva colonia tenían toda la garantía de

           la ciencia moderna.
               Había muchas razones para haber escogido una isla. Las psicológicas no eran las
           menos importantes. En una época de transporte aéreo universal, el océano ya no era
           una barrera, pero aún daba sin embargo una cierta impresión de aislamiento. Además,

           la  limitación  del  terreno  impedía  que  la  colonia  albergara  a  demasiada  gente.  La
           población  máxima  había  sido  fijada  en  cien  mil  habitantes.  Un  poco  más  y  se

           perderían las ventajas de una comunidad reducida y compacta. Los fundadores habían
           pensado  que  todos  los  miembros  de  Nueva  Atenas  tenían  que  conocer  a  los
           ciudadanos que compartían sus mismos intereses, y además, y por lo menos, a un uno
           o dos por ciento de los otros habitantes.

               El hombre que había hecho posible Nueva Atenas era judío. Y, como Moisés, no
           había vivido lo bastante como para entrar en la tierra prometida. La colonia había

           sido fundada tres años después de su muerte.
               Había nacido en Israel, la más joven de las naciones independientes. El fin de las
           soberanías nacionales se había sentido allí con más amargura que en ninguna otra

           parte. Es difícil abandonar un sueño por el que se ha luchado durante siglos.
               Ben Salomon no era un fanático, pero los recuerdos de la niñez debían de haber
           influido, y no poco, en la filosofía que había llevado a la práctica. Podía recordar aún

           cómo era el mundo antes de la llegada de los superseñores, y no quería volver a él.




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