Page 136 - El fin de la infancia
P. 136

fantasma marchito, situado no muy lejos de las fronteras del ultravioleta, y lanzaba
           sobre sus mundos unas radiaciones que hubiesen sido instantáneamente letales para
           cualquier forma de vida terrestre. En un alrededor de millones de kilómetros extendía

           unos grandes velos de gas y polvo, que al ser atravesados por los rayos ultravioletas
           se convertían en innumerables colores fluorescentes. Era una estrella ante la cual el
           pálido  sol  terrestre  hubiese  parecido  tan  débil  como  una  luciérnaga  en  pleno

           mediodía.
               (—Hexanerax Dos, y ya fuera del universo conocido —dijo Rashaverak—. Sólo
           un puñado de nuestras naves han llegado hasta ahí, y nunca se arriesgaron a aterrizar.

           ¿Quién hubiese pensado que podía haber vida en esos planetas?
               —Parece  —dijo  Karellen—  que  ustedes,  los  dedicados  a  la  ciencia,  no  han
           investigado mucho. Si esas... figuras... son inteligentes, el problema de comunicarse

           con ellas tiene que ser muy interesante. Me pregunto si se imaginarán una tercera
           dimensión.)

               Era un mundo que no podía conocer el significado del día y de la noche, de las
           estaciones y los años. Seis soles de color poblaban el cielo, de tal modo que sólo
           había  cambios  de  luz,  nunca  oscuridad.  A  través  de  los  tirones  y  golpes  de  los
           opuestos campos gravitatorios, el planeta seguía los nudos y las curvas de una órbita

           inconcebiblemente compleja, sin recorrer dos veces el mismo camino. Cada momento
           era único: la figura que ahora formaban los soles en el cielo no se volvería a repetir

           por toda la eternidad.




               Y aún aquí había vida. Aunque el planeta podía llegar a chamuscarse cuando se

           encontraba  entre  los  seis  soles,  y  helarse  luego  en  los  bordes  del  sistema,  era  sin
           embargo  morada  de  seres  inteligentes.  Los  grandes  cristales  polifacéticos  se
           agrupaban formando intrincadas figuras geométricas. Inmóviles en las eras de frío,

           crecían  lentamente  a  lo  largo  de  las  vetas  minerales  cuando  volvía  el  calor.  No
           importaba que completar un pensamiento llevase un millón de años. El universo era
           todavía joven, y disponían de un tiempo infinito...

               (—He revisado todos nuestros registros —dijo Rashaverak—. Nada sabemos de
           ese  mundo,  ni  de  esa  combinación  de  soles.  Si  existiese  en  el  interior  de  nuestro
           universo los astrónomos habrían advertido su presencia, aunque estuviese fuera del

           alcance de las naves.
               —Entonces ha dejado la galaxia.
               —Sí. Seguramente ya no falta mucho.

               —¿Quién sabe? Sueña nada más. Cuando despierta, es todavía el mismo. Está en
           la primera fase. Pronto sabremos cuándo comenzará el cambio.)
               —Nos hemos encontrado antes, señor Greggson —dijo el superseñor gravemente

           —. Mi nombre es Rashaverak. Sin duda usted me recuerda.


                                        www.lectulandia.com - Página 136
   131   132   133   134   135   136   137   138   139   140   141