Page 134 - El fin de la infancia
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—Fue sólo un sueño tonto. Has comido demasiado. Olvídate de todo y duérmete.
               —Sí,  papá  —dijo  Jeff.  Hizo  una  pausa  y  luego  añadió  pensativo—:  Creo  que
           trataré de ir allá otra vez.

               —¿Un sol azul? —dijo Karellen, no muchas horas más tarde—. La identificación
           no puede ser muy difícil.





               —No  —contestó  Rashaverak—.  Se  trata  sin  duda  de  Alfanidón  Dos.  Las
           montañas de azufre lo confirman. Y es interesante notar la distorsión de la escala del

           tiempo. El planeta gira con bastante lentitud así que ha observado muchas horas en
           unos pocos minutos.
               —¿Eso es todo lo que pudo descubrir?

               —Sí. No he querido hablar con el niño.
               —No podemos hacerlo. Los acontecimientos tienen que seguir su curso natural, y
           sin interferencias. Cuando los padres quieran hablar con nosotros... entonces, quizá,

           podamos preguntarle algo al niño.
               —Es  posible  que  la  pareja  no  intente  nada.  Y  quizá  cuando  lo  hagan,  sea  ya
           demasiado tarde.

               —Temo que eso no se pueda evitar. No tenemos que olvidarlo: en estos asuntos
           nuestra curiosidad no tiene importancia. No es más importante, por lo menos, que la
           felicidad  de  los  hombres.  —La  mano  de  Karellen  se  extendió  para  interrumpir  la

           conexión—.  Continúen  la  vigilancia,  por  supuesto,  y  háganme  saber  todos  los
           resultados. Pero no intervengan nunca.
               Cuando  estaba  despierto,  Jeff  parecía  el  de  antes.  Por  esto,  al  menos,  pensaba

           George,  podían  sentirse  agradecidos.  Pero  el  temor  estaba  dominándolo,  cada  día
           más.





               Para Jeff se trataba sólo de un juego; todavía no había comenzado a asustarse. Un
           sueño era sólo un sueño, por más raro que fuese. Ya no se sentía solo en aquellos
           mundos.  La  primera  noche  había  llamado  a  Jean  a  través  de  quién  sabe  qué

           desconocidos  abismos.  Pero  ahora  entraba  solo  y  sin  temor  en  el  universo  que  se
           alzaba ante él.

               A la mañana sus padres le preguntaban qué había soñado, y él les contaba lo que
           era capaz de recordar. A veces, mientras trataba de describir escenas situadas más allá
           de  su  experiencia,  y  aun  de  la  imaginación  del  hombre,  Jeff  tartamudeaba  y  se  le

           confundían las palabras. George y Jean tenían que ayudarle con palabras nuevas, y le
           mostraban colores e imágenes para refrescarle la memoria. Luego trataban de poner
           en claro lo que resultaba de las respuestas del niño. Muy a menudo no sabían qué

           pensar,  aunque  parecía  que  en  la  mente  de  Jeff  aquellos  mundos  de  ensueño  eran


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