Page 133 - El fin de la infancia
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               Los  sueños  comenzaron  seis  semanas  más  tarde.  En  la  oscuridad  de  la  noche
           subtropical,  George  Greggson  emergió  lentamente  hacia  la  superficie  de  la

           conciencia.  Ignoraba  qué  lo  había  despertado,  y  durante  un  momento  se  quedó  en
           cama, inmóvil, sumido en un pesado sopor. Al fin advirtió que estaba solo. Jean se

           había  levantado  y  había  entrado  silenciosamente  en  el  cuarto  de  los  niños.  Estaba
           hablando con Jeff en voz baja, demasiado baja como para que George pudiese oírla.
           Salió de la cama y fue en busca de Jean. Esas excursiones nocturnas eran bastante
           comunes, a causa de Poppet; pero hasta ahora no se había dado el caso de que George

           siguiese durmiendo en medio del alboroto. Esto era algo completamente distinto, y
           George se preguntó qué podría haber perturbado el sueño de su mujer.

               Sólo las figuras fluorescentes de los muros iluminaban el cuarto. George alcanzó
           a ver a Jean sentada en la cama de Jeff. La mujer se dio vuelta y murmuró:
               —No despiertes a Poppet.

               —¿Qué pasa?
               —Sentí que Jeff me necesitaba y me desperté.
               La  simplicidad  de  la  frase  llenó  a  George  de  aprensión.  Sentí  que  Jeff  me

           necesitaba. ¿Cómo lo sentiste?, preguntó para sí mismo. Pero todo lo que dijo fue:
               —¿Alguna pesadilla?
               —No estoy segura —dijo Jean—. Parece que está bien ahora. Pero cuando llegué

           estaba asustado.
               —No estaba asustado, mamá —dijo una vocecita indignada—, Pero era un sitio
           tan curioso.

               —¿Cómo era? —preguntó George—. Cuéntame.
               —Había montañas —dijo Jeff con voz soñadora—. Muy altas, y no eran de nieve
           como las otras montañas que he visto. Algunas estaban ardiendo.

               —¿Quieres decir... volcanes?
               —No del todo. Ardían por todas partes, con unas llamas azules muy graciosas. Y
           mientras estaba mirando, salió el sol.

               —Sigue, ¿por qué te has detenido?
               —Otra cosa que no puedo entender, papá. El sol salió tan rápidamente, y era tan
           grande. Y... no era del color del sol. Era de un azul muy hermoso.

               Hubo un prolongado y helado silencio. Al fin George preguntó en voz baja:
               —¿Eso es todo?
               —Sí. Comencé a sentirme solo, y en ese momento vino mamá y me despertó.

               George acarició el pelo desordenado de su hijo con una mano, mientras le cerraba
           el camisón con la otra. Se sintió de pronto frío y pequeño. Pero cuando le habló a Jeff
           su voz era normal.




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