Page 137 - El fin de la infancia
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—Sí  —dijo  George—.  Aquella  fiesta  en  casa  de  Rupert  Boyce.  No  podría

           olvidarla. Y siempre pensé que volveríamos a encontrarnos.
               —Dígame, ¿por qué me pidió esta entrevista?
               —Creí que usted ya lo sabría.
               —Quizá. Pero será mejor que me lo diga usted. Se sorprenderá usted bastante,

           pero yo también estoy tratando de comprender, y en algunos aspectos mi ignorancia
           es tan grande como la suya.

               George miró asombrado al superseñor. Jamás se le había ocurrido un pensamiento
           semejante. Había creído, subconscientemente, que los superseñores poseían todos los
           conocimientos, y todo el poder... que entendían lo que le pasaba a su hijo y eran los

           únicos responsables.
               —Supongo —continuó George— que ha visto usted los informes que le entregué
           al psicólogo de la isla. Así que estará enterado de esos sueños.

               —Sí, estoy enterado.
               —Nunca creí que fueran producto de su imaginación. Son tan increíbles, y sé que
           esto parece ridículo, que tienen que estar basados en la realidad.

               George  miró  ansiosamente  a  Rashaverak,  sin  saber  qué  sería  mejor:  una
           confirmación o una negativa. El superseñor no dijo nada. Se contentó con mirarlo con
           sus grandes ojos serenos. Estaban sentados casi cara a cara, pues la habitación —

           diseñada  obviamente  para  tales  entrevistas—  tenía  dos  niveles;  la  maciza  silla  del
           superseñor estaba situada a un metro por debajo de la de George. Era una amable
           atención para con los hombres que pedían tales entrevistas, y que muy pocas veces se

           sentían mentalmente cómodos.
               —Al principio nos sentimos preocupados, aunque no alarmados de veras. Cuando
           despertaba, Jeff parecía normal, y sus sueños no lo molestaban, aparentemente. Y de

           pronto  una  noche...  —George  se  detuvo  y  lanzó  una  mirada  defensiva  hacia  el
           superseñor—. Nunca he creído en lo sobrenatural. No soy un hombre de ciencia, pero
           creo que existe una explicación racional para todo.

               —Existe —dijo Rashaverak—. Conozco lo que usted ha visto. Estaba mirando.
               —Siempre lo sospeché. Pero Karellen nos prometió que nunca nos volverían a
           espiar. ¿Por qué han roto ustedes esa promesa?

               —No la hemos roto. El supervisor afirmó que la raza humana no volvería a ser
           vigilada. Hemos mantenido nuestra promesa. Yo sólo observaba a su hijo, no a usted.
               Pasaron  varios  segundos  antes  de  que  George  entendiera  las  palabras  de

           Rashaverak.
               —¿Quiere decir...? —dijo entrecortadamente y poniéndose pálido. Se le apagó la
           voz y comenzó de nuevo—. ¿Qué son mis hijos entonces, en nombre de Dios?

               —Eso —dijo Rashaverak con solemnidad— es lo que tratamos de descubrir.


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