Page 141 - El fin de la infancia
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Llegó un día en que el mundo de los sueños comenzó a invadir la existencia
cotidiana de Jeffrey. Dejó de ir a la escuela. La rutina diaria se interrumpió también
para George y Jean, como pronto se interrumpiría para todo el mundo.
Comenzaron a evitar a sus amistades, como si comprendiesen que dentro de poco
nadie tendría tiempo para simpatizar con los demás. A veces, en la quietud de la
noche, cuando casi todos estaban recluidos en sus casas, salían juntos para hacer un
largo paseo. Desde los primeros días de su matrimonio nunca habían estado tan cerca
el uno del otro. Vivían unidos, otra vez, por la desconocida tragedia que muy pronto
habría de abrumarlos.
Al principio se sintieron un poco culpables por abandonar a Jeff y Jenny, pero
luego comprendieron que estos podían cuidarse a sí mismos. Y, naturalmente, los
superseñores estaban siempre alertas. Este pensamiento los tranquilizaba; sentían que
no estaban solos, que aquellos ojos sabios y compasivos compartían esa vigilia.
Jennifer dormía. No había otra palabra para describir su estado actual. En
apariencia era todavía una niña, pero se percibía a su alrededor un poder latente tan
terrible que Jean ya no se atrevía a entrar en aquel cuarto.
No había necesidad de hacerlo. La entidad constituida por Jennifer Anne
Greggson no se había desarrollado del todo, pero aun en este estado de dormida
crisálida dominaba bastante su ambiente como para poder satisfacer sus necesidades.
Jean sólo había intentado alimentarla una vez, sin éxito. La niña prefería nutrirse en
el momento que creía más oportuno, y con métodos propios.
La comida salía de la congeladora en una corriente lenta y continua. Sin embargo,
Jennifer Anne no se movía de la cuna.
El ruido del sonajero había dejado de oírse, y el juguete yacía ahora en el piso.
Nadie se había atrevido a tocarlo. Jennifer Anne podía necesitarlo de nuevo. A veces
la niña movía los muebles (y estos dibujaban ciertas figuras), y a George le parecía
que la pintura fluorescente de las paredes brillaba más que antes.
La niña no daba ningún trabajo; estaba más allá del posible cuidado de sus padres,
y más allá también de su cariño. Esto no podía durar, y ante la certeza de que ya no
faltaba mucho, George y Jean se ataban desesperadamente a Jeff.
Jeff estaba cambiando también, pero aún los reconocía. El niño, a quien habían
vigilado desde las informes nieblas de los primeros meses, estaba perdiendo su
personalidad, disolviéndose hora tras hora ante la mirada de los padres. Sin embargo,
a veces conversaba con ellos como en otra época y hablaba de juguetes como si no
supiese lo que iba a ocurrir. Pero la mayor parte del tiempo ni los veía, o no advertía
que estaban a su lado. Había dejado de dormir, y ellos tenían que hacerlo, a pesar de
la abrumadora necesidad de no desperdiciar las pocas horas que quedaban.
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